Para los griegos antiguos el apacible concepto de la Arcadia implicaba una visión idílica de la vida misma. Inocentes pastores que convivían en los términos más pacíficos posibles con la virginal e inmaculada naturaleza: una especie de simbiosis virtuosa entre el ser humano y su natural placenta. La ausencia más absoluta de todos los males terrenales-materiales, incluyendo pero sin limitarse a la mezquindad y la codicia, a la ambición y al egoísmo. En este escenario arcádico, provisto de ciertos ingredientes bucólicos, hasta las ninfas (entendidas en el sentido de diccionario de “Cada una de las fabulosas deidades de las aguas, bosques, selva’”) tenían un estilo de vida prístino, alejado por tanto de las más elementales tentaciones de la carne y del deseo. La Arcadia también se identificaba con la ausencia de la corrupción externa, con la vida en estado puro e impoluto. En resumen, y para no seguirlos aburriendo, un mundo de justicia poética.
En Ecuador vivimos una especie de Arcadia populista. El poderoso oficialismo y sus cajas de resonancia, a punta de publicidad y de verborrea, están bien en camino a doparnos para que creamos que todo es fenomenal, que los niveles de desempleo siguen bajando, que vivimos en un país desbordante de oportunidades y retos, que la economía (cada vez más narcodependiente del petróleo) marcha a las mil maravillas y que somos el ejemplo mismo de la autosuperación a brazo partido y a punta de dignidad, pundonor, soberanía e infinito amor. La Arcadia populista quiere que nos ilusionemos en que no va a pasar nada con moverle la cola a Libia y a Irán, con pelearnos a los berrinches y a las pataletas con Washington. No, claro que no. Es que somos víctimas de conspiraciones, conciliábulos e intrigas diseñadas para desprestigiarnos. ¡Qué injusto es el mundo con nosotros! ¿Qué les hemos hecho para que nos traten así? No es justo.
Pero la Arcadia se viene abajo cuando una señora cierra la puerta de su casa, cualquier día de estos, sale a la calle y pasan dos sicarios a bordo de una moto y le descerrajan tres eficaces tiros. La Arcadia populista se empieza a derrumbar para los jóvenes que, con el título universitario bajo el brazo, se cansan de leer los periódicos en busca de inexistente trabajo. O para los niños que preguntan inocentemente qué significan palabras rastrilladas y de calibre, como majadero, insolente, enano y una casi interminable lista de humillaciones y vejámenes. Frente a la realidad no hay subsidio que valga. Frente a la realidad las cuñas de radio y televisión sirven de muy poco. Les ruego encarecidamente que sepan dispensar mi inusual pesimismo. Estoy bajo de litio.