Hay grupos de amigos que se reúnen para hacer deporte. Otros para salir de compras, comer o bailar. Pero este es muy diferente. Las personas se juntan para conservar lo más valioso que alguien puede tener: la memoria.
Cuando una persona envejece, no solo su cuerpo se desgasta, también su mente. Así como cada día es necesario estirar los músculos, caminar, menearse, también lo es ejercitar las neuronas del hipocampo (donde se guardan los recuerdos de la infancia, las vivencias y emociones) y la corteza prefrontal (donde está lo más reciente y a corto plazo). Hay que lubricar la memoria. Si no se usa, se oxida.
No olvidar los momentos más preciados de la vida, recordar una dirección o un nombre motiva a las personas de más de 60 años a ser parte del grupo Manantial de Amor y reunirse a diario en el Centro de Experiencia del Adulto Mayor La Delicia. Son casi 100 abuelitos, las mujeres forman el 90%.
Manuel Gaibor, de 33 años, es el gestor del centro al que llegan personas de El Condado, San Antonio, Cotocollao y de Pomasqui.
Este lugar está lleno de primeras veces. La primera vez que César Tasiguano, de 70 años, tomó un papel y aprendió a hacer una flor; María Sánchez, de 62, recibió clases de salsa choque e Imelda Viteri, de 74, cosechó un zuquini.
Para mantener las capacidades mentales y motrices juegan, cantan, bailan y hacen manualidades durante 90 minutos. En ese tiempo, las personas aprenden nuevos ejercicios que, incluso, pueden practicar en casa. Carmen Iturralde, por ejemplo, empezó a lavarse los dientes con la mano izquierda desde hace dos años. Cuando tiene tiempo, también escribe con la zurda (su mano no dominante) para activar su cerebro.
Leonardo Valencia y Freddy Velasteguí son dos de los instructores que guían a los abuelitos. En una clase, memorizan colores y formas, resuelven problemas, identifican figuras…
Tanta acogida tiene el taller, que durante la pandemia unas 40 personas participaban virtualmente.
Estar en contacto con la naturaleza también es importante para el buen estado mental. Los abuelitos aprenden a mover la tierra, a sembrar y cosechar.
Ramillete de experiencias
Como en este club casi todos tienen más de 65 años, la experiencia abunda. Y por eso las tertulias son tan amenas. No es extraño oír a una persona hablar de cuando decidió empezar a estudiar contabilidad y cuando se jubiló, de cuando conoció a su primer enamorado y cuando nació su último nieto, de cuando venció a la enfermedad gracias al cariño de sus amigas del club, y hoy baila y canta.
María Guadalupe Montenegro tiene 63 años y se les unió hace ocho, por eso la llaman ‘la guagua’. Llegó al lugar luego de que su madre falleciera. Recuerda que necesitaba cariño y en este centro volvió a sentirse amada y viva.
Asiste todos los días. Sale de su casa, cruza dos cuadras y llega puntual a las 14:00. Se queda usualmente hasta 16:30 “cuando no hacen terapia de la lengua”, bromea.
Dice que desde que empezó a asistir es más lúcida y más feliz. El huerto es uno de sus lugares favoritos. Sabe de memoria dónde, cómo y cuándo hicieron la última siembra. “El 7 de febrero de 2022 pusimos ahí la cebolla paiteña, allá el tomate cherry, aquí el pimiento y el zuquini. En esa esquina, la zanahoria amarilla y la remolacha. El 14 sembramos habas, fréjol, nabo chino, acelga, perejil, apio y culantro”.
Canas y sonrisas -que pese a dibujarse tras la mascarilla se notan en los ojos- abundan aquí. Los abuelitos están orgullosos de ejercitar la mente, es su forma de cuidar sus recuerdos. Lo bueno y lo malo. Lo que les hace ser quienes son.