Redacción Negocios
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El proyecto Red productiva de la Agencia de los EE.UU. para el Desarrollo (Usaid) apostó por el mejoramiento de toda la cadena productiva y tras dos años y medio obtuvo resultados positivos.
Esto se evidencia en 10 cadenas productivas, a través de las cuales se ha beneficiado a 12 000 personas y se han creado 900 puestos de trabajo.
¿Cómo? Santiago Sedaca, director del Proyecto, explica que la clave es encadenar a las micro y pequeñas empresas con una más grande. Esta última llamada ‘ancla’ debe ser capaz de aglutinar, jalonear la producción del resto e imponer estándares de calidad. Pero para que esto se logre con eficiencia, el proyecto plantea capacitar a cada uno de los actores de la cadena.
Esta capacitación estuvo a cargo de unas 15 empresas consultoras nacionales.
Otro de los puntos que señala este proyecto es que la Red productiva aportó con el 50% de la inversión y la contraparte la puso la empresa nacional. Cada proyecto costó entre USD 100 000 y 160 000.
Este tipo de inversión compartida es la mejor señal de que los participantes están convencidos de que vale la pena apostar a los cambios y las innovaciones, afirma Sedaca.
Incluso uno de los objetivos que persigue la inversión es que por cada USD 800 invertidos se genere un empleo, en cualquiera de los eslabones de la cadena.
Sombreros
Alfaro Hat dio fuerza al sector
Hace un par de años, María Dolores Mora, tejedora de sombreros de paja toquilla, no tenía contacto con quienes exportaban su producto.
Más ingresos
Antes una tejedora recibía USD 2,50 por sombrero, ahora es 5. El precio sube mientras más fino es el producto. Las asociaciones se llevan 0,25.
A través de un concurso con la Universidad del Azuay se elaboró una silla ergonómica para que las tejedoras puedan trabajar en mejores condiciones.
Su único vínculo eran los intermediarios, quienes se encargaban de recoger los sombreros tejidos de las distintas comunidades de Azuay y Cañar.
“Los tejedores pensaban que éramos empresas abusivas, la única información que tenían es que recibían USD 3 por sombrero y vendíamos al exterior a USD 60”, cuenta Fernando Moreno, empresario del sector.
A más del distanciamiento entre tejedoras y exportadoras, Dolores y el resto de artesanos trabajaban en condiciones difíciles. El tejido fino, por ejemplo, debían hacerlo sobre una mesa baja, en posición acostada y con el pecho contra una horma.
Pero los problemas también se presentaban en cuatro empresas que exportan estos sombreros: Bernal, Homero Ortega, K. Dorfzaun y Serrano.
Individualmente no tenían suficiente capacidad para abastecer el mercado externo ni suplir todos los requerimientos.
Tradicionalmente estas firmas jamás habían tenido un diálogo amigable y peor aún proyectos en común, señala Moreno.
La unión de estas firmas, que para muchos parecía casi imposible, se concretó con la intervención de la Red Productiva.
Con la unión vinieron diversos cambios, entre ellos, la capacitación directa e indirecta a 900 tejedoras. “Nos enseñaron cómo escoger la paja, a clasificar las hebras…”, dice Dolores.
Se dejó de lado a los intermediarios para que tres asociaciones de tejedoras recuperen su papel protagónico en esta cadena productiva. Cuentan con centros de acopio, controlan la calidad, el volumen de producción y pueden negociar precios directamente con las empresas.
Estas últimas conformaron un ‘cluster’ comercial con el fin de crear una sola marca de sombreros que se venda en el extranjero, a la que llamaron Alfaro Hats. Trabajaron en una colección de sombreros que recoge la mejor producción de cada firma.
Calzado
Venus dio un salto de calidad
Resulta casi imposible que alguien no haya visto o tenido unas zapatillas Venus alguna vez en su vida… El diseño de estos zapatos de lona, oriundos de Ambato, no han tenido variaciones por décadas.
Su productora, Plasticaucho, lleva 78 años en el mercado y hace dos y medio vio la necesidad de introducir cambios.
El objetivo: mejorar la calidad de los procesos, del producto e incrementar la productividad.
Pero esto significó que las mejoras no solo se introduzcan en esta empresa, sino que se extiendan a 12 proveedores.
Estas pequeñas empresas, conocidas como aparadoras, cosen las piezas que componen el calzado, antes de colocar la suela, y realizan el terminado final.
César Holguín, de Calzalona es enfático al decir que los cambios son evidentes desde el orden y la limpieza. “Eso es lo que más ha cambiado”.
A esto agrega que los procedimientos se estandarizaron y ahora el control de calidad es más riguroso. Esto ha permitido que la producción en su empresa crezca en un 20%.
A nivel global, mientras antes producía 9 000 pares a la semana ahora llegue a 12 000.
Tras las capacitaciones y la implementación de herramientas, Holguín también reconoce que hay menos producto rechazado y una reducción en procesos.
Para Iván Álvarez, gerente de Operaciones de Plasticaucho, el haber entendido los problemas de las proveedoras ayudó a que colaboren con el crecimiento que busca la empresa.
De hecho, las ventas entre 2007 y 2008 se incrementaron en un millón de dólares.
Además, se introdujeron 138 nuevos modelos con agregados de figuras, formas, colores en Colombia y Perú, principales destinos de este calzado.
Y las innovaciones aún siguen. Entre el 17 y 24 de este mes se presentará la colección del Chavo, para lo cual se logró un acuerdo comercial con Televisa para usar los personajes de la serie.
La colección llevará estampados y todos los grafismos de este clásico de la televisión.
Agro
El hongo tiene más acogida
La recolección artesanal de hongos en Salinas de Guaranda viene desde 1978.
Este producto crece de forma natural en bosques de pino y es conocido como callambas.
La Fundación Grupo Juvenil lidera la producción de esta clase de hongos y tiene una participación del 42% del mercado, bajo la marca Salinerito.
Sin embargo, esta empresa, que trabaja con unas 80 familias de 11 comunidades, enfrentaba tres limitaciones en la cadena de producción.
Hacía falta aplicar buenas prácticas en el proceso de recolección y poscosecha.
Washington Samaniego, director de la Fundación, cuenta que arrancaban la callamba con todo y semillas y esto hacía que merme la producción.
Ahora, con un cuchillo cortan la callamba y dejan el asiento o raíz para que siga creciendo.
Con un corte adecuado el hongo empieza a crecer de nuevo en una semana y media.
Dentro del proyecto Red Productiva se capacitaron a 15 líderes comunitarios, que a su vez enseñaron a otros miembros de sus comunidades las buenas prácticas de recolección.
Entre diciembre de 2007 y diciembre de 2008 se vieron resultados de las nuevas técnicas.
La cantidad de kilos de hongos recolectados subió en 50%.
Un segundo problema se evidenció en una planta deshidratadora de hongos, que estaba subutilizada. Esto debido a que solo trabajaba entre noviembre y junio, meses de mayor producción de hongos deshidratados.
A través del proyecto se introdujo valor agregado, con nuevos productos y presentaciones.
Por ejemplo, salió al mercado el queso con hongos, hongos encurtidos y paté de hongos.
Con el fin de hacer sostenible la producción se creó un vivero forestal, donde se sembraron
22 000 plántulas de pino, que fueron distribuidas en las comunidades. El objetivo fue mantener el crecimiento de hongos e ingresar en nuevos mercados. Con eso se quiere aprovechar la tendencia alcista de consumo de hongos en el mundo.
Industria
Graiman fabrica y capacita
La instalación de cerámicas y porcelanatos se convirtió en el cuello de botella de la empresa Graiman.
Si bien garantizaban al cliente un producto de calidad, no siempre la instalación dejaba satisfecho al cliente.
Fue entonces que con el proyecto Red Productiva se decidió a implementar un programa de formación y preparación de instaladores en ocho ciudades.
Sebastián Andrade, jefe de Ventas de la zona Austro, cuenta que asistieron 327 personas, de las cuales 127 obtuvieron una certificación Graiman.
Este certificado es válido por un año, con el fin de que el instalador revalide su certificación y actualice su conocimiento.
Para Cristian Pacheco, instalador, el proyecto no solo le ayudó en la parte técnica, sino que aprendió conocimientos básicos de cómo generar una microempresa. “Mientras más trabajemos más suben nuestros ingresos y todos salimos ganando”. De acuerdo con el proyecto, los ingresos aumentaron, pues ahora se cobra por metro instalado y no por día de trabajo.
Se calcula que los instaladores tienen ingresos diarios de USD 60, antes eran de USD 40.
Si trabajan en la construcción seis días a la semana y 24 al mes su ganancia es de USD 1 440 mensuales, es decir, USD 480 más que sus ingresos mensuales previos al proyecto.
Pero la capacitación también se extendió a 60 vendedores de otros 22 distribuidores.
Producto de esta capacitación, por ejemplo, ferretería Arias, de Macas, creció un 25% en ventas, Termicons de Cayambe, en cambio, subió un 30%.
Andrade explica que los vendedores ahora pueden ofrecer un servicio más completo a sus clientes, además de disponer de una base de datos de instaladores certificados.
Tras dos años de capacitaciones, Graiman trabaja en la conformación de una escuela de capacitación permanente de instaladores y vendedores.
Esta escuela, inicialmente, tendrá sede en las tres ciudades: Quito, Guayaquil y Cuenca.