El edificio patrimonial del Instituto Nacional Mejía será intervenido para su repotenciación. Foto: EL COMERCIO
Las paredes guardan historia, lucha y anécdotas. El predio patrimonial, cuya construcción fue impulsada en 1920 por el entonces rector Manuel María Sánchez, ha sido la casa de generaciones de jóvenes. Ahora la meta es devolverle el esplendor a una de las joyas de Quito: el Instituto Nacional Mejía.
En la ruta para la intervención de la edificación, que terminó de construirse en 1937, se volvió necesario un documento que avalara la posesión del predio. El acta de expropiación del terreno donde se levanta y de la adjudicación al plantel fue encontrada luego de más de 83 años de no salir a la luz. En principio, el colegio funcionó en las calles Olmedo y Benalcázar.
La Sociedad de Egresados del Mejía 2019-2021 se lanzó a la búsqueda del documento. El presidente, Daniel Sánchez, cuenta que la investigación arrancó en el registro que guarda el colegio. Pero no hubo éxito, y se dividieron hasta encontrarlo en el Archivo Nacional.
Iván Ruiz y Juan Carlos Erazo, vicepresidente y secretario de la organización, recuerdan que fueron horas de búsqueda. El esfuerzo rindió y el martes 20 de agosto del 2019 entregaron una copia certificada al rector de la institución, Guillermo del Hierro. Él da fe de la dificultad para hallar el documento. Preguntaron a antiguos rectores y profesores.
El acta es necesaria en el proceso de repotenciación del predio patrimonial, a cargo de la
La entidad de Educación da cuenta de que la Empresa Pública de Proyectos de la Universidad Central realizó un levantamiento de información y el anteproyecto para la obra.
Las aulas del edificio de estilo neoclásico fueron inaugurados de forma no oficial en 1936. Foto: cortesía
El 2 de agosto ingresaron los planos arquitectónicos, de ingenierías y las memorias teóricas a la Secretaría de Territorio, Hábitat y Vivienda del Municipio, para la revisión y aprobación de la Unidad de Áreas Históricas. Aún no hay una fecha para el inicio de las obras.
El edificio muestra el paso del tiempo, como desprendimientos en los tumbados.
Según Viviana Figueroa, de la Secretaría y la Unidad, al obtener la licencia de construcción para los trabajos y con informes favorables, se solicita la escritura o un documento de posesión.
Gran parte de 5 000 predios inventariados del Centro Histórico no cuenta con escritura (no hay una cifra exacta). El Mejía no está en esa zona, pero sí entre los 8 500 tesoros de la ciudad.
Rita Díaz, historiadora del Instituto Nacional de Patrimonio, desde su experiencia habla del trajinar que implica encontrar las escrituras. Esos documentos contienen información sobre la historia constructiva, época, estilo y otros detalles.
Edwing Guerrero Blum, autor de la ‘Historia del Instituto Nacional Mejía’, recuerda que el Congreso de 1920 escuchó la solicitud de Manuel María Sánchez para tener un nuevo edificio y ordenó a la Junta Administrativa la obra. Para concretar el financiamiento se aprobó un impuesto especial en Pichincha a bebidas. Por ejemplo, 30 centavos por botella de whisky y otros licores extranjeros.
El acta de expropiación del terreno donde se levanta y de la adjudicación al plantel fue encontrada luego de más de 83 años de no salir a la luz. Foto: cortesía
El colegio solicitó un crédito al Banco Pichincha, ofreciendo como garantías las rentas, el terreno de 24 000 metros cuadrados, etc. La respuesta fue negativa. En otro intento se logró.
Los profesores aprobaron el proyecto del colegio del catedrático alemán Guillermo Spahr, que llegó con la Misión Pedagógica Alemana. Y los primeros pasos se dieron en 1922.
Guerrero cuenta que hubo críticas en esa época a los planos, ya que no tenían “nada de original, pues son copias de edificios de estilo neoclásico existentes en Alemania”. Pero el edificio es parte de la historia de la arquitectura quiteña del siglo XX.
Como narra Héctor López Molina en un artículo sobre el edificio, en la concepción original de Spahr el cuerpo central se dedicaba a las oficinas; los laterales, a aulas y habría habitaciones de los estudiantes internos que venían desde provincia.
Pero hay una historia más allá de la obra. En las gradas están escritos los cánticos que se volvieron himnos. Cómo no recordar ‘Seis años’ o el salón de actos que era un fortín para organizar las “bullas”, comparte Ruiz.
El edificio también cuenta un pasaje triste de la vida del plantel: la muerte, este año, de Édison Cosíos, luego de que sufriera el impacto de una bomba lacrimógena en el 2011. Una placa le rinde homenaje.
Al edificio de la Vargas, varios ex-Mejía han regresado a las aulas convertidos en maestros. Más de un docente ha sido bautizado con la sal quiteña. Ricardo Rivadeneira, vocal de la Sociedad, tiene presente motes como Siete Machos, Pupo Fierro y Cacha Flor. Patricio Villota es uno de los Mejía que regresó.
Mishel Navarrete es parte de la primera promoción de mujeres, cuando el Mejía volvió a ser mixto en el 2012. Al inicio, dice, los compañeros las veían mal. Ella aún conserva los mensajes que le enviaban en esa época.