Todos coincidimos en que la Historia, en términos generales, es el estudio y la comprensión del pasado para entender el presente y proyectarse hacia el futuro.
Los hechos del 10 de Agosto de 1809 son esenciales para entender la historia republicana del Ecuador y de la región, y nada más acertado que se hayan preparado seminarios, exposiciones, colecciones históricas, que ayuden a comprender la dimensión de los acontecimientos, especialmente del primer cuarto del siglo XIX, en los cuales se funda nuestra historia contemporánea.
La historia y su interpretación, sin embargo, no pueden abstraerse de visiones políticas e ideológicas. Estas celebraciones, en cuyo contexto incluso se hicieron cambios sobre la fecha de la posesión presidencial -por razones prácticas como la ejecución del año fiscal se había movido a enero-, no son la excepción.
Por el contrario, tienen la clara intención de aprovechar el acontecimiento a favor del Gobierno, es decir, a favor de una visión interesada de la historia.
Gustos musicales aparte, es difícil hallar una explicación a la presencia de Silvio Rodríguez en las celebraciones del Bicentenario, a no ser por su adhesión y la de sus anfitriones a la política del Gobierno de un país en concreto, al punto que su supuesta disidencia no le permitió tomar la mínima distancia crítica ante las prácticas contra quienes han sido proscritos y encarcelados por pensar y opinar distinto.
Rodríguez aprueba esos métodos como algo inevitable para luchar contra ‘los enemigos de la revolución’.
También inquieta que se vuelva a dar importancia al componente militar, como sucederá en el desfile de hoy en el norte de Quito, no porque los ejércitos no sean parte fundamental de las gestas libertarias, sino porque el propio Gobierno había optado por ‘civilizar’ este tipo de manifestaciones, empezando por el fin de las llamadas ‘bandas de guerra’ colegiales.
Adicionalmente, hay en este mismo momento un preocupante contexto belicista en la subregión, en esa misma Patria Grande con la que soñó Bolívar, en medio de amenazas que no hacen sino refrendar las posiciones irreconciliables entre países con historia común -esa misma historia que celebramos ahora-, pero con un presente desencontrado y un futuro incierto.
Es difícil dejar de interpretar la historia, pero es diferente usarla políticamente. Todos somos sus herederos. Por eso, hoy como ayer, es imprescindible no dejarse arrollar por las razones de Estado, por más que nos machaquen a cada minuto que si no nos unimos sin chistar al proyecto político estamos impidiendo la última oportunidad de un cambio en paz y nos merecemos ser tratados como enemigos.
Es imprescindible preservar un espacio para disentir con el poder, por más buenas intenciones que éste diga tener. De lo contrario, ¿dónde queda la historia de la lucha por la libertad que celebramos hoy?