Para invocar al toro en su embrujo y tragedia, para cantarle a las figuras del toreo, a su pena y gloria, o para la mística y la fascinación taurómaca, el arte ha abierto caminos de colores, de danzas, de palabras… Llegando a ser, la tauromaquia, una temática profunda para explorar los universos humanos, las dimensiones de la muerte, de la vida, del amor…
Lo que ocurre en el ruedo, esa celebración de mitos, ha estirado sus brazos hacia otros escenarios, más allá de la sangre y la arena. Una de las historias representativas que gravitan alrededor del toreo es ‘Carmen’, la ópera de Bizet, sobre la novela de Prospér Mérimée. Allí la seducción y la pasión, están en la feminidad de su protagonista; sobre ella, también se baten la tragedia y la locura de José y del torero, de los hombres que sucumben a sus encantos y a sus cornadas.
Como ballet, como flamenco, como ópera, esta obra ha pisado tablados nacionales. Bajo la dirección de Chía Patiño se montó la ópera; mientras que, Eptea hizo el ballet flamenco.
De las artes plásticas, 27 nombres firmaron en el 2008, la muestra ‘Toros de colores, arte urbano’. Cada figura conlleva una visión del animal y muchas reflexiones sobre el toreo, el mestizaje, la fiesta… Nelson Román, José Unda, Jaime Zapata (quien cargó sobre sus hombros la efigie de la Virgen de Triana, en el más reciente festival nocturno en la plaza Belmonte) son algunos de los artistas de este proyecto que ahora vende réplicas.
También está Oswaldo Viteri. En su libro ‘Palabra de pintores’, Marco Antonio Rodríguez participa al lector de una confesión del maestro Viteri. A los cuatro años, el artista ambateño fue a una corrida, la fiesta brava lo marcó de por vida, de ahí sus series de tintas y de dibujos, de ahí también sus miradas y reflexiones sobre el mestizaje.
Con enorme afición, cuenta el pintor Washington Mosquera, que en su infancia viendo al Cordobés en la Plaza de Toros Quito, sintió la seducción y la intensidad del toreo. Con las imágenes grabadas en su mente, mientras dibujaba matadores, dibujaba también la idea de hacerse torero. Los ruedos cedieron ante la paleta y el pincel.
Con emoción, dice que la fiesta de los toros es un signo de sensaciones humanas, zoológicas y geológicas, donde, como en la pintura, conviven la luz y la sombra. Para el artista, el torero frente a la bestia es como en el día a día el hombre enfrentado a las dificultades. Ya en la composición -Mosquera- halla material para su arte desde que la puerta de cuadrillas se abre y lo ilumina, cuando se contagia del ambiente y huele el temor, el dolor, la tragedia’ y eso es sus cuadros.
En cuanto a las vinculaciones de la tauromaquia con las letras ecuatorianas, ‘Cuento taurinos’, de El Conejo y El Albero da cuenta de ello. El escritor Iván Oñate, autor del relato ‘La media estocada’, considera indiscutiblemente que la fiesta de los toros es una fiesta estética, una de las primeras artes que busca la armonía, la unidad con el otro en la naturaleza. Además, lee en ella su vertiente mitológica, arquetípica, una vertiente que al realizarse dentro de la cultura popular andina, se muestra como la mejor expresión del mestizaje.