El multiculturalismo atribuye a toda persona o agrupación el derecho de construir y mantener su propia identidad cultural. A pesar de ser un término que admite diversas interpretaciones, a veces contradictorias, describe, en principio, la existencia de varias culturas en el seno de un conglomerado social; reconoce que hay diversas maneras de pensar y evaluar las que parecen realidades objetivas del universo; y concluye que tales diferencias son igualmente legítimas para fundar sobre ellas el convivir pacífico en comunidad. El multiculturalismo acepta la diversidad porque considera que la riqueza cultural está en la multiplicidad de los aportes. Este principio debe aplicarse a todas las circunstancias de la vida y, singularmente, al quehacer político. Debemos respetar el pensamiento distinto o adverso al nuestro, como una manera legítima de concebir una realidad que no es más objetiva que la forma en que cada uno, con sus propias diferencias, la percibe. Por eso resulta incoherente esa conducta autoritaria que quiere defender una verdad oficial negando la posibilidad de que el ciudadano disienta o mire de otra manera las cosas. Por eso es condenable la intolerancia que diariamente se enarbola en las banderas del poder para descalificar a los demás. El respeto a la libertad de pensamiento es la fuente de la que emana el reconocimiento y la aceptación de la multiculturalidad.
Negar la vigencia de la diversidad conduce al autoritarismo que solo considera acertado al pensamiento propio y cree que los demás son un obstáculo para el cumplimiento de un programa o un plan. Las doctrinas de la “verdad oficial” equivalen a una negación de todos los derechos de la persona o de los grupos. De allí a pretender “limpiar lo impuro” no hay mucha distancia. Esa es la génesis de todos los absolutismos.
Muchos atacan a la globalización porque dicen que va creando progresivamente una homogeneización que destruye las culturas. Se equivocan porque, en primer lugar, la globalización no es una doctrina sino una realidad creada por los adelantos de la ciencia y de la técnica. Es verdad que los fenómenos globales tienden a una cierta uniformidad, pero de allí a la abolición de las culturas hay una distancia muy grande. Basta pensar que la Europa unificada que hoy existe como una poderosa realidad política no quiere ni podría hacer de las culturas latina, eslava, sajona, germánica, nórdica o musulmana una amalgama que dé a luz un nuevo mundo, una nueva sociedad o un “hombre nuevo”.
El multiculturalismo busca que los Estados recojan y reflejen todos sus componentes culturales, pero les impulsa, al tiempo, a fortalecer el espíritu colectivo que confiere identidad al conglomerado social. La defensa de la libertad debe ir de la mano con el ejercicio consciente de la tolerancia.