Es difícil definir la tendencia de un político o partido en Latinoamérica. Los colores no corresponden a los conceptos. Todo se define con los hechos y mezclas de conceptos. Humala dice no ser de izquierda ni de derecha, sino nacionalista. Hay nacionalismos de todos colores. Por ahora Humala es una interrogante, por cuánto ha cambiado, por el contexto de caída de partidos o ideologías y por los cambios recientes de la sociedad peruana. Cambio de época y pérdida de referentes para dar nombre a las cosas. Otro cuasi desconocido llega al poder en los Andes. Las izquierdas ya ven otra revolución, cuando sus actores no la invocan. Las derechas pintan amenazas a las finanzas y a contratos no siempre transparentes o dudosos tal los mineros por 40 años casi sin exigencias ambientales ni impuestos.
Humala reitera que respetará la democracia institucional, a los tratados o acuerdos y a empresarios nacionales o no. En cambio, buscaría la justicia social, captando algo de la subida del precio de las materias primas mineras con un impuesto, y con un Estado que haga políticas públicas para frenar la pobreza y favorecer el incremento de la demanda interna junto a una industria competitiva, técnica y especializada, que renegocie el precio del gas y de la electricidad, y primero los utilice en Perú para reducir la importación de combustibles. En suma, una modernización que debería ser propia de cualquier gobierno latinoamericano y que ya es credo en Brasil o Chile. Entonces, ¿ser de izquierda es recuperar el Estado, afirmar soberanía y no seguir políticas neoliberales? Humala y su equipo de izquierdas -gente preparada que ya ha recorrido la vida para saber lo que es lucha social y política, Estado y sociedad nacional e internacional– llegan en un momento de grandes cambios, en buena parte ellos mismos con sus posiciones los expresan. Esta sociedad ha definido límites y compromisos que Humala no puede rebasar, no puede hacer cualquier cosa ni lo busca . Es acaso lo novedoso. Las izquierdas que reconocen la democracia; movimientos regionales con propuestas propias; movimientos ciudadanos que rehúsan la dictadura fujimorista, todos conllevan compromisos para Humala, no simple apoyo.
Un país que ha vivido polarizaciones extremas –recordemos la Comisión de la Verdad- ha cambiado de mentalidad: más polarización trae frustración y no resuelve mal interno alguno; recuerda y no quiere regresar a una inflación desorbitante. Los fantasmas del pasado reciente definen límites, más allá del hecho que Humala no tiene mayoría en el Congreso y necesite de Toledo, o que banca y empresarios se ericen. No es simple discurso el proponer un Acuerdo Nacional. Humala y las izquierdas parecerían ahora asumir el pasado y el presente; ¿darán otro significado a la izquierda?