Muchos analistas han visto en los sucesos ocurridos en la Plaza del Sol de la capital española una reedición de los hechos ocurridos en el ya lejano mayo francés. Existen, por supuesto, similitudes. En ambos se encuentran gran conglomerado de jóvenes inconformes con la época que les ha tocado vivir. Pero en uno y otro caso los orígenes de la protesta parecen ser diferentes y, en consecuencia, sus propuestas y planteamientos. La revuelta parisina fue una manifestación que proponía que el sistema vuele en pedazos. Se criticaba su esencia misma, de allí que sus tesis de tan radicales se convertían en utopía pura. Se buscaba la creación de un mundo idílico, feliz, en que el lema “prohibido prohibir” imperase. Nada más anarquizante que aquello. Una sociedad totalmente horizontal, sin clases, sin credos, sin rangos. Un estado primario, de vuelta a los orígenes. Sin duda esa conciencia crítica que despertaba fue, en cierto modo, un signo que marcó el pensamiento a varias generaciones. Posteriormente la revuelta y sus líderes terminarían consumidos en el interior del sistema que buscaron combatir, inmersos en la comodidad de la burocracia, orondos en el papel que les correspondió jugar. Sin arrepentimientos, simplemente la efervescencia pasó y los ardores revolucionarios con el tiempo se esfumaron.
En lo de los ‘indignados’ la situación parece ser diferente. Por los testimonios recogidos, la protesta no quiere despedazar al sistema, por el contrario las voces de reclamo se elevan porque desean incluirse en el mismo. Se sienten desplazados por falta de empleo, porque no pueden pagar sus hipotecas, porque sus salarios no alcanzan. De ahí que reclaman una inserción plena en el estado de bienestar. Sí, son las voces de los excluidos que por diversas razones han sido afectados por una crisis de inmensas proporciones. Con su protesta muchos revelan que quieren abandonar esa condición, no buscan anarquizar, desean que el sistema se preocupe por su realidad y su situación.
Algunos de ellos quizás también han plegado a la protesta por su clara condición de activistas. Más ideologizados buscan darle un rumbo al movimiento. Pero algo que surgió de forma espontánea, como respuesta a una situación de crisis, en un país cuya tasa de desempleo es de las más altas de Europa, quizás en el futuro no tenga la trascendencia que tuvo la revuelta parisina. La aureola romántica que acompañó a lo sucedido en la capital francesa, no ha aparecido en esta ocasión con la misma fuerza y vehemencia como para intentar transformarla en un suceso de carácter épico.
Eso no quiere decir que se deba mirar por encima del hombro lo sucedido en la plaza madrileña. Hay que redoblar esfuerzos y buscar soluciones a los problemas de la exclusión, más aún en nuestro medio en que pocos gozan de los beneficios de sociedades modernas, mientras grandes mayorías carecen aún de lo básico.