El 23 de octubre se habrá confirmado en Argentina el triunfo de Cristina de Kirchner por un margen insospechado. En el 2009, en elecciones de medio tiempo para renovar la legislatura, el mismo Néstor Kirchner perdió ante Fernando de Narváez. Entonces todo hacía pensar que si el ex presidente se colocaba de candidato las oportunidades de la oposición eran mayores. Pero nada está escrito y los acontecimientos dieron un giro impensado. Falleció el ex-mandatario y el discurso de la Presidenta se modificó, aparentemente con un estilo conciliador pero en los hechos más profundo en los resultados, lo que unido a la bonanza por los altos precios de la soja catapultaron las posibilidades electorales de la actual mandataria, para verse a las puertas de un nuevo mandato que, sumado el período de su esposo, estaría 12 años en la cima del poder.
Algo inédito para la historia de ese país. ¿Pero quiénes son los que apoyan este proyecto político? Como sucede en otros países de continente la gran mayoría de electores seducidos por el discurso kirchnerista son los más pobres, los que tienen menos niveles de escolaridad que, sumados a algunos de las capas medias que viven la bonanza en forma cercana al gobierno y se han convertido en sus incondicionales, son ahora los que le darán el triunfo.
Hasta allí nada extraño. Lo lamentable es que todo este apoyo se ha construido a base de la polarización. Se han exacerbado las diferencias y, hoy por hoy, como sucede en otros países en que se ha aplicado un modelo político excluyente, se tiene un país fraccionado, enfrentado entre sí, en el que el discurso oficial se encarga de denostar contra todo aquel que no comparte su visión. En este enfrentamiento el poder oficial ha embestido contra a prensa, la que es blanco de sus más agrias críticas.
Es un poder que se mantiene y reafirma en el enfrentamiento. Gana y cosecha triunfos sin sumar, dividiendo a la población. Se sostiene y apuntala en hechos pasajeros auspiciados por una bonanza desconocida hasta hace pocos años que, si se derrumba, va a dejar como herencia una sociedad enervada, sin puentes de comunicación, resentida con los hechos sucedidas, ávida de revancha. En vez de usar el poder para buscar la cohesión se actúa en contrario, ahí descansan sus fortalezas. Al momento en que se desatan las críticas de personas con alto nivel de conocimiento por los hechos producidos, la maquinaria oficial se encarga de atacarlos, amedrentarlos, de devolverlos al silencio.
Estos procesos que se aplican en forma simultánea en varios países latinoamericanos pueden ser hábiles para captar el poder, pero se han revelado deficientes en construir sociedades libres, independientes, cohesionadas. Su propósito es alzarse con el triunfo apelando a todos los recursos para desde su ejercicio legitimarse. Sin embargo, a la larga, dejarán heridas de difícil recuperación.