Con absoluta incredulidad he seguido las comparecencias públicas del Presidente de la Corte Constitucional, CC, Patricio Pazmiño, en las que protesta por su descalificación como candidato a la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, con sede en Washington. Parecería que este abogado se tomó realmente en serio lo de su candidatura y está sinceramente convencido de que sus aptitudes y méritos superan a los de 111 participantes de todo el continente.
La CIDH fue creada hace más de 50 años y durante su larga trayectoria ha servido como un mecanismo muy importante para velar por las libertades y derechos de los ciudadanos de América y defender las democracias. La CIDH fue un actor fundamental en la defensa de los derechos durante las dictaduras de Chile y Argentina de los años 70. Más tarde, las violaciones cometidas bajo el régimen de Fujimori originaron la intervención activa de esta Comisión. Sus amonestaciones jamás gustaron a estos tiranos, quienes lanzaron feroces críticas al sistema interamericano de derechos humanos. Con la llegada de Chávez y los gobiernos autoritarios de nuevo cuño, la CIDH multiplicó su actividad y debió reconvenir a varios regímenes del Hemisferio, particularmente a los integrantes de la Alba. Como era de esperarse y siguiendo la tradición de los gobiernos no democráticos, estos países han atacado duramente a la CIDH y han amenazado con desconocerla.
Parecería que Pazmiño no está consciente de la imagen que tiene en el exterior como Presidente de la CC. Las publicaciones y reportajes lo presentan como un aliado incondicional del Ejecutivo que ha interpretado y alterado la Constitución en función de consignas políticas. Casos como el de Villalta, acusado de violación, el Código de la Democracia, la autoproclamación de la Corte, su procedimiento frente al viscoso asunto de la Cervecería Nacional, SABMiller, o su controvertida actuación en la última consulta popular que limitó derechos a pesar de lo dispuesto en Montecristi no son, precisamente, la mejor carta de presentación ante el mundo y levantan dudas –por no decir certezas– sobre su debida imparcialidad e independencia como juez. Pazmiño ha sido uno de los artífices de la demolición del Estado de Derecho. A más de eso, su experiencia internacional es casi nula y lamentablemente no habla inglés, algo que dificultaría enormemente su trabajo en el sistema interamericano que acoge a 15 países angloparlantes.
La participación de Pazmiño en el concurso para Secretario de la CIDH y el apoyo brindado por el canciller Patiño demuestran claramente que el Gobierno pretende deshacerse de él bajo una salida elegante. Pero ¿auspiciarlo para una posición internacional de semejante relevancia…?