El caso de Julián Assange tiene unos ribetes tan excepcionales que más parece una película de ciencia ficción que a una acción política premeditada. Ecuador concedió soberanamente el asilo diplomático y no es difícil suponer que Gran Bretaña nunca dará un salvo conducto, además, que una solución negociada -sobre todo con Suecia- se dará una vez desactivado el efecto mediático que se ha montado.
Es verdad que la institución del asilo es un aporte universal del Derecho Internacional Americano y que a pesar de las debilidades de la región es un capítulo jurídico de prestigio universal. Los países europeos han sido más proclives al refugio en sus sedes diplomáticas como sucedió–entre otros casos– en la residencia de la Embajada de la República italiana, que en sus jardines protegió a cientos de ciudadanos chilenos que huían desesperados del terror de la dictadura chilena después del golpe de septiembre de 1973. Sin embargo, el caso de Julián Assange rompió ambas tradiciones: la del asilo y la del refugio.
Primero sorprendió la decisión de Inglaterra de pretender juzgar la potestad de la calificación que correspondía al Ecuador y, más aún, sacar del archivo una legislación de 1987 que rompe con la inviolabilidad de las sedes diplomáticas contraviniendo uno de los tratados madre del Derecho Internacional como es la Convención de Viena de 1961. Ecuador actuó con agilidad y aprovechó el craso error inglés y logró una solidaridad de la mayoría de países de Sudamérica.
Pero si la Foreign Office cometió tamaña imprudencia, no podíamos quedarnos atrás y por eso se realizó- autorización de por medio- una rueda de prensa del señor Assange desde los balcones de la Embajada en Londres, junto a la Bandera y al Escudo de la República del Ecuador. Desde nuestro recinto diplomático el señor Assange acusó a Estados Unidos por sus prácticas políticas y jurídicas. Si hemos reclamado varias veces al Gobierno de Panamá que impida o prevenga al líder del PRE realizar declaraciones políticas, por qué permitimos que un ciudadano amparado bajo el régimen del asilo diplomático pueda hacerlas contra otro Estado desde nuestra sede diplomática. No puede descartarse una provocación al Gobierno inglés para que haga efectiva la disposición de la ley de 1987 y retire la protección de inviolabilidad de la Embajada en Londres. Un acto que gozaría del aplausos de las potencias antioccidentales, con algunas de las cuales mantenemos relaciones que superan el borde de la coquetería.
En su intervención, lo que no explicó el asilado que reivindica su libertad de expresión, es que haya escogido a un país cuyo gobierno -durante cinco años- ha enfilado sus misiles jurídicos y políticos contra el periodismo independiente. Para encontrar alguna explicación habrá que recurrir a la práctica de los antiguos augures que encontraban las rutas del destino en el graznido de buitres, cuervos y lechuzas.