Trozos de tubería, latas de aceite industrial, monedas, llaves viejas y mucho ingenio componen los instrumentos de la orquesta de niños de Cateura.
Corría 2006 cuando Favio Chávez, de 37 años, ingeniero ambiental, apareció en Cateura, una barriada de calles sin asfalto (Paraguay), que en aquel entonces solo ocupaba páginas de sucesos en los diarios. Albergar la basura de toda una ciudad donde existe un mínimo sistema de reciclaje da lugar a noticias policiales.
N acido en un pequeño pueblo a unos 80 kilómetros de Asunción, Chávez llegó a Cateura para terminar su tesis sobre separación de residuos, pero los hijos de los ‘gancheros’, como son conocidos en Paraguay los trabajadores del vertedero, reclamaban su atención mucho más que la basura.
Técnico, pero también músico, decidió traer dos guitarras para entretener a los chicos mientras sus padres y madres trabajaban.
“Había que alejarlos de las máquinas peligrosas, de la suciedad…”, recuerda Chávez, ahora director de una escuela de música financiada con donaciones y con las actuaciones de la orquesta infantil que en los últimos dos años ha viajado a EE.UU., Japón, Holanda, Brasil o Colombia.
Cada vez venían más niños y no había instrumentos para todos. Ahí apareció el talento de ‘Don Colá’ dijo Chávez sentado en una de las aulas donde ahora imparte clases gratuitas a unos 150 niños del barrio.
Nicolás Gómez, ‘ganchero’ veterano del vertedero encontró un violín roto y se lo llevó a Chávez, quien le propuso que intentara arreglarlo.
Don Colá aprovechó maderas del instrumento original y añadió restos metálicos encontrados entre la basura para terminar un violín sui géneris.
Viviendas pequeñas y familias numerosas, muchas carencias sociales, falta de servicios estatales, caminos, desagües, así es Cateura, pero con el plus de tener un enorme vertedero con poco control ambiental. “La gente trae su basura y nosotros la convertimos en música”, dice Brandon Cobone, contrabajista de 16 años, mientras blande su arco sobre su instrumento hecho con una enorme lata de aceite industrial.
Las madres trabajadoras del vertedero, Favio y Don Colá se lanzaron juntos a un proyecto que nunca pensaron que saldría del barrio. Convirtieron las horas muertas de los niños en clases de música y de reciclado.
Pronto hubo guitarras, violines, tambores de hojalata, saxofones y trompetas, aprovechando las cañerías.