La oposición en Venezuela, articulada en torno a la Mesa de Unidad Democrática, acaba de elegir internamente al candidato presidencial que participará en los comicios del 7 de octubre.
Henrique Capriles Radonski, gobernador del estado de Miranda, tendrá el reto de consolidar a la oposición y hacer frente a una maquinaria política millonaria que, en base del control político, subsidios, paternalismo estatal y una propaganda constante, ha convertido a Chávez en un contendor casi imbatible. Capriles no es un outsider. Tampoco una nueva figura política. Ha sido legislador, alcalde y ahora gobernador. Se autodefine como progresista de centroizquierda. Su admiración por ex presidente Lula de Silva, le ha llevado a plantear un modelo parecido al de Brasil.
Lo sucedido en Venezuela no solo es positivo para la oposición sino para la democracia. Abre la posibilidad de buscar alternancia en el poder y reconstituir el Estado y el régimen de Derecho, venido a menos con el régimen de Chávez.
Por este motivo, cerca de 20 organizaciones políticas que forman parte de la Unidad Democrática se han propuesto como tarea asegurar la autonomía de las instituciones del Estado, respetar la pluralidad ideológica, desconcentrar el poder, trabajar en seguridad pública, luchar contra la pobreza generado empleo pero sobre todo garantizar la propiedad privada y las libertades ciudadanas.
Es decir, de lo que se trata es de desmontar el sistema autoritario instaurado por Chávez en casi 13 años de gobierno, para de nuevo sentar las bases de una democracia moderna.
Lo sucedido recientemente en Venezuela debería ser tomado como ejemplo para los actores políticos de oposición en Ecuador. Solos no van a llegar a ningún lado. Las ambiciones, intereses e incluso vanidades personales deberían superarse en función de los grandes objetivos e intereses nacionales. Si no hay una actitud generosa y visionaria, posiblemente tendremos que esperar 13 o más años para el Ecuador encuentre una vía al autoritarismo, desgobierno y abuso de poder. De lo que se trata entonces es de crear un nuevo lazo de confianza con los ciudadanos. Si tomamos en cuenta que paulatinamente hay menos interés en la política, que ésta tiende a moverse no por la calidad de las propuestas sino por el carisma y personalización de las preferencias, la tarea es ardua.
No hay peor obra que la que no se la hace. El ejemplo de Venezuela, como el de la Concertación de Chile y de otros países que han tenido que hacer grandes esfuerzos para salir de regímenes dictatoriales o autoritarios, debe ser tomado en cuenta. Al final de la historia, la verdad y la democracia deben algún momento volver a brillar.