Acaba de transcurrir otro 1° de Mayo. Si no fuese porque era día de descanso obligatorio y los noticieros, para llenar el espacio, están preocupados de transmitir imágenes de procesiones ralas que terminan en plazas, en donde los presentes están más preocupados del momento en que termina de hablar el orador, pasaría aún más desapercibido para la mayoría de la población. Ni siquiera existen esos antiguos referentes de las grandes marchas que, en nombre de la lucha de los trabajadores, se realizaban en los países totalitarios de las cuales ventajosamente apenas queda un puñado. Solo para los feligreses de las utopías no ha habido transformaciones. Los discursos, contenidos y arengas a la lucha popular suenan vacías en un mundo que cambió referentes y que, paradójicamente, en muchas partes, las protestas tienen por objetivo ingresar al sistema, tener empleo y ser incluidos en el tejido social. La dirigencia laboral, anclada al pasado, pensando que como rezaban los catecismos del dogma son la piedra angular de la transformación social, no se ha apartado un ápice de sus proclamas y cada vez tiene menos seguidores.
El problema no es local. Cada vez ser parte de un sindicato resulta menos atractivo. Las cifras internacionales lo confirman. Este fenómeno se produce en parte porque las grandes luchas sindicales se daban contra la explotación injusta e inhumana. Ahora en el orbe prevalecen otras condiciones de trabajo, existen normas que frenan los abusos y cada vez una amplia opinión pública está presta a condenar las arbitrariedades donde estas prevalezcan. Allí radica la diferencia de lo que constituyen las luchas del sindicalismo en países con mejores estándares de vida con las de países menos desarrollados.
No se puede pedir que determinada organización se abstenga de tener una visión nacional, integral. Pero aquella no puede postergar la agenda propia de buscar soluciones a los problemas de las relaciones laborales, a la lacra de la falta de empleo sostenible, a pedir entendimientos con la contraparte contractual para mejorar las condiciones de trabajo sin tener como objetivo último la anulación del sector productivo, sino por el contrario su robustecimiento.
Parecería que la gran mayoría de seres humanos se inclina por ser parte de sociedades cohesionadas, donde a través del empleo pueda gozar de estabilidad económica, atención de salud y aspirar a, tras su vida productiva, retirarse y tener una vida digna. En otras palabras, la gente disfruta más si, a través de su esfuerzo, alcanzan estándares económicos mejores. Ese parecería ser el objetivo de quienes se preparan a integrarse al mundo laboral. Quizás la dirigencia laboral debería analizar y leer cuidadosamente los nuevos acontecimientos, para evitar que día a día sus convocatorias estén más vacías y pierdan el importante espacio que están llamadas a cumplir en la búsqueda del bienestar.