“Dos meses antes del aluvión había inaugurado una ferretería en La Comuna. Con mi sobrina instalamos el local en el primer piso del edificio donde vivo. Vendíamos materiales de construcción y cerrajería. Sin embargo, en pocos minutos todo el negocio se destruyó. Fue terrible.
Recuerdo cada detalle de lo ocurrido. Ese 31 de enero llovió todo el día, así que decidí cerrar temprano. A las 17:50 fui a casa a descansar. Mientras subía las gradas escuché un estruendo. Me acerqué a la ventana y vi que una ola de lodo venía arrasando todo a su paso.
Observé cómo los escombros arrastraron a un camión y destruyeron la cancha de ecuavóley del barrio. Los postes de luz destruidos chocaron contra la puerta de mi negocio y la derribaron. Luego un tronco de árbol atravesó la pared de mi local. Cuando bajé al primer piso todo estaba inundado de tierra y escombros. Había al menos un metro y medio de lodo.
Fue muy duro ver mi sueño destruido, pero no podía perder tiempo. Comencé a limpiar inmediatamente, pues el lodo se mezcló con el cemento que vendíamos. Sabía que, si esperaba más tiempo, se endurecería y la tarea de remoción sería más difícil.
Mi esposo, mis hermanos y mis primos me ayudaron a limpiar.
Estuvimos despiertos hasta las 05:00. Utilizamos una carretilla y baldes para sacar toda la tierra.
Lamentablemente, la mayor cantidad de mercadería se perdió en el aluvión. También mi laptop, una impresora y una computadora que tenía en mi oficina. Incluso tres estanterías de metal fueron arrastradas entre los escombros.
Solo pudimos rescatar pocas latas de pintura, mangueras, palas y azadones. Estos dos últimos productos los regalamos a los vecinos. Ellos necesitaban esas herramientas para buscar a sus seres queridos en medio del lodo. Las tareas de limpieza duraron siete días.
Retiramos la tierra del piso. Con agua y cepillos limpiamos el lodo de las paredes. Hubo días en que trabajamos 12 horas. No lo hubiese logrado sin la ayuda de mi familia.
Finalmente, el domingo 13 de febrero comencé a reconstruir mi local. Contraté a un electricista para que revisara si había o no daños en las conexiones de luz, y albañiles para rehacer, con bloques y cemento, la pared que se destruyó.
Ellos también colocaron nuevas baldosas y lijaron las paredes. Aún falta colocar la puerta, pintar las paredes, reparar las cinco estanterías que se salvaron, readecuar la fachada y el letrero.
A pesar de todo lo ocurrido, tengo la fuerza y la salud para seguir luchando y no darme por vencida. A veces es muy duro seguir adelante, sobre todo por las deudas que tengo, pero mi familia me motiva. Por ejemplo, cuando me faltan fuerzas, recuerdo las palabras de mi hijo de 7 años. Un día después del aluvión me dijo: ‘Mamá, nos pasó esto para que construyamos una mejor ferretería’.
Para financiar todos los gastos de la reconstrucción, decidí trabajar medio tiempo en el local de mi hermano, Víctor Conchambay. Él también tiene una ferretería en la calle Humberto Albornoz. Por suerte su negocio no tuvo tantas afectaciones y pudo seguir funcionando.
Trabajo con mi hermano cinco horas al día. El dinero que gano lo utilizo para pagar las readecuaciones de mi negocio. Incluso, los artículos y herramientas que logré rescatar del lodo le di a Víctor para venderlos en su ferretería y así obtener más ganancias.
El resto del día lo utilizo para supervisar los trabajos de readecuación, comprar los materiales que los albañiles requieren y ayudarles en todo lo que necesiten.
Para solventar los gastos y deudas también tengo previsto sacar un nuevo préstamo. Mi objetivo es comprar todos los materiales de ferretería que se perdieron.
Espero terminar toda la reconstrucción en 15 días y poder hacer una gran reapertura. Quiero que todos los vecinos, amigos, familiares, clientes y proveedores sepan que, pese a las adversidades, el negocio seguirá adelante”.