La política es siempre bipartidista: gobierno y oposición. Los partidos políticos saben que si no alcanzan el poder deben aceptar el ministerio más importante, el ministerio de la oposición. Así se llama en todas partes al grupo que otorga el permiso para gobernar. Puede estar en la legislatura si son mayoría, pero también puede estar en las calles, en las oficinas de algún partido, incluso en el domicilio de cualquier caudillo que consiga un rebaño de seguidores tontos y disciplinados en número suficiente para asustar al gobernante.
El ministerio de la oposición es muy apetecido porque no solo consigue parcelas de poder en el gobierno, sino que reparte canonjías a sus seguidores y con un ejército de “pipones” amenaza al propio Estado filantrópico, así se forma el bucle de asustar para conseguir y conseguir para asustar. Los desmanes de los opositores están protegidos por los derechos humanos, por la impunidad y por una tropa de jueces cobardes que guardan las fechorías bajo el caparazón de la tortuga judicial.
La multitud de partidos y movimientos políticos que soporta la política ecuatoriana parece un disparate cuando se piensa que no tienen ninguna posibilidad de llegar a gobernar. Sin embargo, tiene pleno y desgraciado sentido cuando se advierte que, hasta el partido más ínfimo, con un solo representante en la legislatura, puede llegar a ser decisivo. Su fuerza reside en la pertenencia a bloques legislativos con capacidad de presión, de chantaje, de paralización de las tareas del gobierno.
Es sorprendente el mapa de distribución del poder en la Asamblea Nacional. Hay un bloque de mayoría conformada por UNES, PSC y PCK. Este último está dividido entre duros y blandos con un sub aliado la ID. Así pueden manejar el juego del policía bueno y el policía malo. Otra parte del mapa está conformado por los independientes, esos que no valen nada sueltos, pero se vuelven poderosos al formar el sindicato de los independientes. Se completa el mapa legislativo con el bloque gobiernista, ese grupo que delata la debilidad del Ejecutivo en las votaciones importantes. Se quedaron solos cuando sus aliados, resentidos, votaron por los delegados correístas para el equipo que elegirá Contralor.
El régimen político ecuatoriano es presidencialista, el Ejecutivo se lleva la parte del león en la división de poderes, aunque es cambiante; parece desmesurado cuando tenemos un presidente autoritario y se torna endeble cuando llega al poder un presidente democrático. La historia latinoamericana, está poblada por caudillos, pero se han alternado con gobiernos endebles.
Queremos presidentes democráticos, pero que ejerzan su autoridad y tengan la audacia necesaria para cambiar nuestra maltratada historia. No hay gobierno sin autoridad; menos ahora que la corrupción sigue en las instituciones y una violencia bárbara se agazapa en las cárceles y amenaza con salir a las calles.