La pandemia ocasionó cambios drásticos en el planeta el 2020, pero hubo una cosa que se mantuvo constante: el calentamiento global.
Pese a la profunda recesión económica mundial del 2020, que obligó a la paralización de muchas actividades productivas, las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y de metano (CH4), dos gases importantes de efecto invernadero, continuaron su ascenso durante el año pasado.
“Los niveles de dióxido de carbono son ahora más altos que en cualquier otro momento de los últimos 3,6 millones de años”, señaló en abril pasado la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés).
Asimismo, el año pasado se observó un salto significativo en la carga atmosférica de metano, de 14,7 partes por mil millones (ppb), el mayor aumento anual registrado desde que comenzaron las mediciones sistemáticas de la NOAA, en 1983.
El metano tiene 80 veces más poder de calentamiento que el dióxido de carbono durante los primeros 20 años de llegar a la atmósfera. Aunque el CO2 tiene un efecto más duradero, el metano marca el ritmo del calentamiento global a corto plazo.
Un reporte de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), de noviembre del año pasado, estima que al menos el 25% del calentamiento global en la actualidad es impulsado por el metano generado por acciones humanas, entre ellas, la crianza de ganado y la agricultura.
Para Manuel Peinado Lorca, catedrático de la Universidad de Alcalá, la lucha contra el cambio climático se ha centrado en reducir el consumo de combustibles fósiles; sin embargo, los recortes en las emisiones de CO2 no serán suficientes para revertir el calentamiento global, por lo que también es necesario concentrarse en bajar las emisiones de metano.
Existen varias fuentes que generan CH4 producto de la acción humana, y la ganadería tiene un enorme peso. De ahí que la reducción en el número de rumiantes, así como la producción cárnica derivada de ellos, “beneficiaría a la seguridad alimentaria mundial, la salud humana y la conservación del medio ambiente”, señaló Peinado en un artículo publicado en The Conversation, en diciembre del 2019.
Los rumiantes son herbívoros salvajes y domésticos que comen plantas y las digieren a través del proceso de fermentación en un estómago de cuatro cámaras. El metano se produce como un subproducto de procesos digestivos que tienen lugar en la primera de esas cámaras.
Allí, para obtener energía, millones de microorganismos anaeróbicos (bacterias, protozoos y hongos) fermentan el alimento que pueden utilizar y el producto gaseoso final es metano.
A lo anterior hay que añadir, aunque en menor medida, la generación de metano en el estiércol del ganado.
A nivel mundial, el ganado es responsable de emitir cada año el metano equivalente a 3,1 gigatoneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.
El problema no se ha resuelto, por el contrario, está empeorando. Durante los últimos 50 años, cada año se suman, en promedio, unos 25 millones de rumiantes domésticos a la cabaña mundial, lo cual pone más presión al fenómeno del calentamiento global.
¿Qué hacer? Unos proponen comer menos carne de res y más carne de cerdo o de aves de corral, ya que estos animales son monogástricos, es decir, tienen estómagos de una sola cámara y, por ende, sus emisiones de metano son mucho menores.
En junio del 2019, un estudio de Digo Rose, de la Universidad Tulane, que fue presentado en la Asamblea Anual de la Asociación Estadounidense para la Nutrición, señaló que el consumo de carne de pollo en lugar de carnes rojas contribuye a la reducción de los gases que causan el calentamiento global. “Basta con una sustitución de alimentos para alcanzar, en promedio, una reducción de casi el 50% en el impacto de una persona”.
Las comidas derivadas de productos animales contribuyen más a las emisiones de gases de efecto invernadero que los alimentos con productos vegetales y, según el estudio, las comidas que usan carne de animales rumiantes, como la carne vacuna y bovina, tiene un impacto particularmente alto porque las ovejas y las vacas también liberan gas metano.
Entonces, la lucha contra el cambio climático implica que la sociedad consuma alimentos de otra forma, lo cual es un objetivo que no tiene un consenso a nivel mundial.
El sector ganadero viene trabajando en un cambio de la dieta del ganado para reducir el impacto en la emisión de gases de efecto invernadero.
En marzo pasado, un estudio publicado en la revista científica Plos One reveló que alimentar a las vacas con algas marinas puede reducir las emisiones de metano y reducir las presiones para el cambio climático.
Expertos de la Universidad de California, en Estados Unidos, llevaron a cabo el estudio y concluyeron que incorporar suplementos de algas rojas, de la especie Asparagopsis taxiformis, en la dieta del ganado vacuno, “podría reducir las emisiones de metano de estos animales de granja hasta en un 82%”.
El siguiente problema para los ganaderos será ver cómo proporcionan suplementos de algas marinas al ganado que pasta al aire libre.
Si bien una menor emisión de metano en la ganadería ayudará a reducir el calentamiento global, tampoco será suficiente, debido a que este gas también es generado en la actividad petrolera, la minería del carbón, el sector de los desechos, etc.
Por eso, las Naciones Unidas planteó hace dos meses reducir las emisiones de metano un 45% en una década. Si se logra, se evitaría casi 0,3°C de calentamiento global para el 2045.