Frickson Erazo habla pausado. Se toma unos segundos antes de responder una pregunta y apoya su tesis con una mirada fija y directa a los ojos de su interlocutor.
Erazo atendió a EL COMERCIO luego de la práctica del ‘Ídolo’ del viernes. Recién salido de la ducha, llevaba una camiseta sin mangas y un pantalón blanco que le llegaba a las rodillas. Sobre su hombro derecho colgaba un bolso gris en el que guardaba dos de la decena de perfumes que tiene.
Luego de tres meses viviendo en Guayaquil, el zaguero central de Barcelona dice que extraña el frío y la tranquilidad de las noches de Quito, pero más extraña la moda. Le gusta vestir chaquetas, bufandas y botas. Pese a eso no le molesta el calor. Nació en Esmeraldas, en el sector de la Parada Nueve, camino a la playa de Las Palmas.
A Quito llegó cuando tenía 15 años. En el 2006 su padre, el ex diputado del Movimiento Popular Democrático (MPD) y actual viceprefecto de Esmeraldas, Rafael Erazo, fue quien lo llevó a probarse en El Nacional.
Antes de ser político, Rafael Erazo fue profesor y alternaba esta profesión con la venta de cocadas. El jugador, el mayor de cuatro hermanos, disolvía el azúcar y ayudaba en la venta de ese tradicional dulce esmeraldeño.
A Erazo le gusta vestirse bien. En su clóset se encuentran prendas de marcas como Giorgio Armani, Chevignon, Dolce & Gabbana, Hugo Boos y Gucci. En zapatos su única marca favorita es Aldo. Niega ser vanidoso. Pero su esposa, la esmeraldeña Paola López, dice lo contrario. Cuenta que para escoger qué ponerse puede demorar horas. También compra lo que le gusta sin mirar el precio.
López cuenta que cuando va a una tienda de ropa y ve una prenda que le agrada ni siquiera se la prueba. “Solo la mira por delante y por atrás, y se la lleva”. Él se defiende con una pregunta: “Si puedo hacerlo, ¿por qué no?”.
El zaguero dice que ya está bastante adaptado al ritmo de Guayaquil. Que conoce lo necesario como para no perderse. Que por lo menos sabe cómo llegar desde el estadio a su casa y viceversa.
Él mismo maneja. Cuando llegó a Guayaquil tuvo chofer, pero desde hace un mes ya no lo tiene. El viernes pasado tenía que ir desde el estadio a la ciudadela Kennedy para que le repararan el carro Nissan X- Trail que conduce. En Quito, según cuenta, se le hace más fácil manejar porque la gente “es más tranquila. Aquí los choferes son avasalladores”.
Después de 10 minutos en medio de los hinchas que le pedían que se tomara una foto con ellos y les regalara un autógrafo, se subió a su carro y empezó a manejar. Prendió el motor, encendió el aire acondicionado y sonó un disco de música cristiana. Pertenece a esa religión desde hace dos años. Lee la Biblia con frecuencia porque, según dice, lo ayuda a mantener un “equilibrio espiritual”.
Ese día debía llegar a un taller mecánico en la ciudadela Kennedy, en el norte de Guayaquil. Tenía como punto de referencia uno de los hoteles de la zona, pero no sabía cómo llegar. Por eso pidió al reportero de EL COMERCIO que lo orientara en el recorrido.
Tomó la avenida Barcelona. Luego la calle Clemente Ballén, hasta llegar a la Esmeraldas. Después la avenida de Las Américas, la Plaza Dañín y finalmente la Francisco de Orellana. “Si tuviera que volver no podría ubicarme”, repetía mientras conducía.
Después del taller, la última parada fue su casa, en una ciudadela de la vía a Samborondón. Ahí lo esperaba Jesuá, su hijo de 1 año y medio, que lo recibe todos los días con un “papá”. Esa palabra emociona al jugador cada vez que la escucha. Es su primer y único hijo. Se casó en agosto del 2011.
Con su esposa se conocen desde que él tenía 15 años y ella 13. Ella recuerda que lo conoció“en el barrio”. Lo veía constantemente cuando él salía a la calle a jugar índor, una de sus aficiones y “vicios”, como él mismo lo califica.
Cuando se retire quiere montar una empresa. Ha pensado en construir un hotel o abrir un restaurante. Es, hasta el momento, un sueño. Desde la próxima semana estudiará Administración en la Universidad de Guayaquil.