No es poca cosa que el procurador general de Brasil haya hablado del “más atrevido y escandaloso esquema de corrupción y desvío de dinero público” descubierto en la historia de su país…
Pudieran escribirse dos historias paralelas del gobierno del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.
Por un lado, la trama del éxito de las políticas económicas y sociales junto con una eficiente gestión exterior de proyección global. Por el otro, el tejido de una red de corrupción que tras su denuncia y meticulosa documentación desde finales de su primer mandato condujo al juicio que comenzó el 2 de agosto. Es un proceso judicial que involucra a 38 acusados.
No es poca cosa que el Procurador General de Brasil haya hablado del “más atrevido y escandaloso esquema de corrupción y desvío de dinero público” descubierto en la historia de su país.
El caso presuntamente se inició con operaciones de financiamiento de la primera campaña presidencial de Lula; actividades que, según fue denunciado, derivaron en una trama de ilícitos para cambiar el desfavorable balance parlamentario mediante la compra de votos de decenas de diputados.
Sí, el escándalo de las ‘mensualidades’ distribuidas entre legisladores que perdieron de vista su función pública de representación es de corrupción activa y pasiva, en la que se confunden delictivamente el ilícito dar y recibir. Siempre es así.
Los fondos que llenaban las valijas para el reparto se habrían logrado mediante el otorgamiento de jugosos contratos públicos a empresarios que, tras moverlos en el sistema bancario para lavarlos y multiplicarlos, se ocupaban de su muy peculiar distribución.
Hasta que alguien destapó la olla, como tarde o temprano suele suceder.
A siete años de las denuncias que iniciaron esta causa, los cargos llevados a juicio, aparte de corrupción activa y pasiva, incluyen gestión fraudulenta, lavado de dinero, asociación ilícita y evasión de divisas.
Se verán ante el tribunal el jefe de la casa civil, ministros y jefes de gabinete del gobierno de Lula, los entonces directivos del Partido de los Trabajadores, diputados, así como los empresarios e intermediarios financieros acusados todos de participar en esa red. Estos desenlaces, lamentablemente, no son muy frecuentes.
En esta trama paralela, Lula se libró hábilmente de la tormenta política. Aunque finalmente debió aceptar las renuncias de muy cercanos colaboradores y apoyos reconociendo errores que debían ser investigados y castigados judicialmente, se empeñó en salvar la maltrecha bandera ética de su partido.
Salió de la Presidencia con altísima popularidad pero dejó su sombrío sello de pragmatismo.