Entre las Tres Reglas de Oro del sistema democrático, la que más polémicas, enfrentamientos, violencia y guerras civiles ha causado, ha sido la referente al sistema electoral aplicado en la renovación y elección periódica de los gobernantes.
Es sabido que la Primera Regla de Oro de la Democracia establece que “la mayoría manda”, pero dicho triunfo no otorga el derecho a los ganadores para jugar fútbol con las cabezas de sus opositores; muy por el contrario, los gobiernos electos en representación de la mayoría, están obligados constitucional y moralmente a garantizar libertades y derechos de las minorías.
La Segunda Regla de Oro demanda la limpieza del procedimiento electoral, única fuente del poder en democracia. Sobre esta materia escribió el filósofo español José Ortega y Gasset advirtiendo que “la salud de las democracias, cualesquiera que sean su tipo y grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario… sin el apoyo de auténtico sufragio las instituciones democráticas están en el aire”.
Es así porque el fraude electoral desemboca en la concentración de poder, factor que inevitablemente conduce a la violación de la Tercera Regla de Oro (la División y Separación de los Órganos del poder público), porque cuando el Poder Ejecutivo domina ya no solamente le basta ocultar sus desmanes, pues como el matón que pega a su mujer, necesita perpetuarse para asegurarse que nadie se entere de sus delitos y por lo tanto ni siquiera se lo investigue y menos acuse, juzgue o sentencie por los más repugnantes crímenes cometidos durante el período de su gobierno.
Las naciones que diseñaron y aplicaron el sistema democrático lograron el mejor sistema de gobierno en la historia de la humanidad. Pero eso no impidió que la clase política, especialmente la de nuestra América española, descubra que podían llenarse la boca con alabanzas a la libertad y la democracia, para consolidarse mientras las violaban, como lo hicieron Lenin, Hitler, Stalin o Mao, tiranos que desde hace más de un siglo inspiran hasta los más obscuros dictadorzuelos.
Si bien el término “democracia” es aceptado como el símbolo de legitimidad universal e inspira un sentimiento de reverencia casi general, la prueba que muestra la salud de una democracia, como señaló Ortega y Gasset, se encuentra en el “mísero detalle del procedimiento electoral” que sintetiza el estado de salud en una democracia.
Después del 14 de abril, en la hermana República de Venezuela, donde organismos internacionales han comprobado el último fraude electoral, ha quedado demostrado en manos de la sucesión chavista no solamente continúan galopantes los problemas de corrupción, nepotismo y represión, sino que la democracia en la patria del Libertador se encuentra en estado de coma terminal.