El impulso del uso de la bicicleta en las ciudades desde la autoridad no ha dado buen resultado. Sin embargo, cuando esa iniciativa ha partido desde los ciudadanos ha tenido el efecto deseado.
Por ejemplo, para tomar casos más recientes, en Ibarra y Santo Domingo los colectivos de ciclistas han movilizado en poco tiempo (menos de dos años) a más ciudadanos a usar la bici. Y esto se ha complementado con el apoyo de los municipios, como el de Ibarra que construyó las ciclovías y se está a punto de tener un sistema público de bicicletas, como el de Quito.
Pese a que estas iniciativas comenzaron primero en Quito, a esta ciudad le tomó cinco años para conseguir la primera ciclovía. Si bien en el 2003 se hizo el primer ciclopaseo, fue recién en el 2008 cuando se tuvo la vía para la circulación de los ciclistas. Desde entonces y con el nacimiento del sistema público de la BiciQ, en Quito se pasó de 14 000 a 40 000 viajes diarios. A Guayaquil le ha costado 10 años de lucha, como a Cuenca, donde se gana más espacio.
Por eso, si las decisiones de las autoridades, a través de políticas públicas, y las iniciativas ciudadanas se combinan puede ser una estrategia efectiva para masificar el uso de la bicicleta en las urbes como una opción de transporte, además de un ‘hobby’.
Otra arista y muy importante es la necesidad. La clave está en hacer que la gente sienta que el uso de la bicicleta es una necesidad, sea ante un deficiente sistema de transporte público y la tormentosa congestión diaria. O también por otras motivaciones, como reducir la contaminación y el uso del vehículo particular, por una conciencia ambiental, y por salud.
Esa necesidad puede nacer en las nuevas generaciones, que adoptarán una cultura de la bicicleta como algo natural en la vida cotidiana.
Talvez el caso más emblemático en esa línea es el de Manta. En ese puerto manabita se impuso como necesidad y es la ciudad que más bicicletas tiene rodando por las calles: 30 000.