En 1990, Silvia Salgado salió del Parlamento prometiéndose internamente que jamás volvería a pisar ese edificio tan extraño. Ese sitio concentraba todo lo que cuestionaba al impulsar el mensaje de “abajo la farsa electoral”. Estaba convencida de que ser diputado, Alcalde o concejal era propio de la democracia burguesa.
Entonces la socialista no accedió al local, como lo hace ahora, con las facilidades de ser una de las 124 asambleístas. Y con la ventaja de, como aliada de Alianza País, contar con una oficina, en el mismo lugar en donde sesionan. Esto porque preside la Comisión de Fiscalización, que la oposición denomina ‘de Archivo’.
En tres años de gestión, solo dos pedidos de juicio político han progresado. Los dos impulsados por el oficialismo, contra Gloria Sabando, cuando había dejado la Superintendencia de Bancos. Y a los vocales de la Judicatura. Más de 15 casos se han archivado.
Últimamente la critican por supuestamente defender a Pedro Delgado, titular del Fideicomiso AGD-CFN No Más Impunidad y primo del Presidente, en medio del polémico préstamo de USD 800 000 que diera Cofiec al argentino Gastón Duzac.
Pero los tiempos cambian. Hace 22 años, Silvia llegó al Congreso en medio de un operativo, propio de quienes se mueven en la lucha social, sorteando los controles de la autoridad. En esa temporada ya daba algunos pasos en Montoneras Patria Libre, una propuesta política militar que surgió como respuesta al gobierno del socialcristiano León Febres Cordero.
Ella, como unas 80 compañeras, en especial tejedoras de Angochagua y La Esperanza, se movieron discretamente en las instalaciones del Parlamento. Unas se quedaron escondidas en los baños, otras fueron hasta las barras altas, pocas hablaron con personal para saber cómo ingresar hasta el sitio en donde los legisladores estaban en sus curules.
El objetivo era, aunque sea de modo simbólico, entregarle la Presidencia del Congreso al socialista Edelberto Bonilla.
No usaba tacos altísimos como hoy. Ni elegantes trajes de chaqueta y pantalón. Vestía ‘jeans’ y todos recuerdan que el cabello, a una sola hebra, le llegaba un poco más abajo de los hombros. Era la época en que el cefepista Averroes Bucaram quería quedarse al mando del Legislativo.
Las mujeres, encabezadas por Salgado, a cargo de la proclamación de Bonilla, lograron su cometido. Enrique Ayala Mora, militante histórico del Partido Socialista Frente Amplio (PS-FA), recuerda ese momento que vivió como diputado. Ella tampoco ha olvidado las palabras que pronunció con su voz grave. Les dijo que el pueblo había decidido que esa farsa de Congreso se acabe. Que un día terminará, pero que mientras eso ocurría, le entregaban la responsabilidad a Bonilla. Y que la legitimidad no estaba dada por la ley del sistema burgués, pues los reales padres de la patria deberían ser los obreros, los campesinos, las mujeres…
Salgado hace memoria, acomodada en una silla y una mesa de reuniones, en su despacho. Muy cerca, en una repisa, conserva la fotografía de Guadalupe Larriva, su amiga, la ministra de Defensa, quien murió en enero del 2007.
A Larriva, su ala, la de los socialistas dirigida por Rafael Quintero, candidato a asambleísta nacional por la 17, le atribuye el acuerdo programático, por el que se mantienen junto al Gobierno.
¿Cuántos años tiene en el partido? Ella no lleva la cuenta. Toma un trozo de papel y un esfero y hace una resta, antes de responder que son 32 de sus 52 años.
Luego comenta que tiene dos hijos, uno de 30 años, David, quien trabaja en la Contraloría de Ibarra. Es el fruto de su primer matrimonio con José Larrea, socialista que estuvo detenido en el penal García Moreno por su participación en Montoneros.
Ella fue sobreseída, pero más de un año vivió en la clandestinidad acusada de participar en un asalto al Banco Nacional de Fomento, de Pimampiro, del que no participó. Su segunda hija tiene 22 años, resultado de una unión de más de 20 años con el cantante Segundo Rosero. Lo conoció durante la campaña presidencial de Frank Vargas y Ayala Mora.
Una de sus virtudes es la facilidad para hablar y solo detenerse si se lo piden. Es ‘canchera’, al articular discursos al frente de la mesa y a veces incluso decir una cosa en palabras, por ejemplo a favor de los trabajadores, y luego votar en contra del inicio de un juicio en contra del Ministro del ramo.
Así lo sugiere Gustavo Vallejo, socialista, de la tendencia que se sumó a la Coordinadora de las Izquierdas. Fue su asesor en la mesa durante un año y tres meses.
Los cuadros históricos del PS-FA le habrían advertido “te vas a chamuscar”, confirman Vallejo y otros que prefieren no tocar el tema públicamente. Le anticiparon “cuán peligroso era presidir esa mesa y no fiscalizar”. Fue algo bien pensado, encargar a un tercero esa tarea, para ganar la imagen de que investigarían la corrupción en el Régimen. “Ella se prestó”, apunta Vallejo, candidato a legislador por Pichincha.
Salgado no se fogueó en el terreno político en cargos de elección popular. Lo hizo desde los 16 años, cuando gracias a su gestión consiguió que en el Colegio de Señoritas Ibarra se eligiera el círculo o consejo estudiantil, del que fue su primera Presidenta. Luego impulsó la formación de la Federación de Estudiantes Universitarios de Imbabura así como de varios gremios de trabajadores…
Hoy, no solo los opositores sino otros socialistas la señalan. Más ahora que fue inscrita como candidata al Parlamento Andino. “Es un mal acuerdo político. Significa sacarla de la escena política. Ella y Pedro de la Cruz han realizado una labor incondicional a favor del Gobierno. Mal paga el diablo a sus devotos”, dice Víctor Granda.
Su vida como concejala y madre
En Ibarra se asegura que los fortines de Silvia Salgado son los mercados, la parroquia Guayaquil de Alpachaca, de las más pobres y numerosas de la ciudad, y las comunidades indígenas con influencia socialista.
Jorge Mina, dirigente de Alpachaca, recuerda que muy jovencita llegó a este barrio en donde faltaba todo. “No teníamos agua ni alcantarillado. Ella nos ayudaba a organizarnos”. Eran tiempos en donde se sorprendían al ver a una mujer entre tantos hombres con ideales de cambio.
Luego regresó como profesora de Matemática al colegio Lincoln Larrea, de Alpachaca. Mina recuerda que Salgado aprovechaba las reuniones académicas para incentivarles a que exijan sus derechos ante las instituciones públicas. Años después regresó como concejala del Municipio de Ibarra, para inaugurar las obras que no se ven, como el agua potable y alcantarillado.
En el sector comercial popular también la recuerdan con gratitud. Zeneida Fierro, dirigente de la Comisión de Gestión del Mercado la Bahía, asegura que Salgado, cuando presidía la Comisión Municipal de Abastos y Mercados, les ayudó a buscar consensos para que los comerciantes que antes trabajaban en la calle Sánchez y Cifuentes tuvieran un local propio.
“Era una mujer consciente y solidaria. Ella nos explicaba las ventajas y desventajas de adquirir un puesto en el local. Al final nos beneficiamos 156 comerciantes informales”.
David Larrea asegura que su madre regresa cada fin de semana, para librarse del estrés laboral. Para la actual asambleísta el domingo es un día especial.
Toda la familia se reúne en la casa de mamá Teresa, en la calle Chica Narváez y García Moreno. En la sala de la acogedora casa, de paredes de adobe y techo de teja, hay decenas de fotos familiares.
Ella estudió en la Politécnica Nacional y en la U. Técnica del Norte, en donde también fue dirigente estudiantil. Doña Teresa conoce a su hija. Sabe que, aunque come de todo, un plato de arroz con fréjol y quesadilla es su debilidad.
La casa también es un espacio de reflexión. David asegura que su madre tiene carácter fuerte. “Es exigente, pero también amorosa. Ellas nos ha inculcado el amor al estudio”. Redacción Sierra Norte