Alexis, el sicario adolescente, que aparece en la novela ‘Virgen de los sicarios’ (1994) de Fernando Vallejo, es incapaz de matar a un indefenso perro callejero. A pesar de haber asesinado sin piedad a más de 100 seres humanos, su corazón se desmorona cuando se topa con un canino que agoniza al borde de un río.
Sabe que lo mejor es dispararle al can para evitar que experimente largas horas de agonía. Pero la pena le impide apretar el gatillo. Cobardemente, le pasa la pistola al también sicario Fernando, su pareja, quien le dispara al animal con misericordia. Le tapa los ojos.
Luego lloran la muerte del perro. “Es que los animales son el amor de mi vida, son mi prójimo, no tengo otro, y su sufrimiento es mi sufrimiento y no lo puedo resistir”, lagrimea en la obra el personaje Fernando junto al cadáver.
Del colombiano Fernando Vallejo (1942), quien escribió esta novela, se sabe que en el 2011, cuando obtuvo el Premio FIL Literatura en Lenguas Romances, donó los USD 150 000 que le dieron por el galardón a dos fundaciones que rescatan a perros de la calle. También ha brindado conferencias sobre el cuidado que se les debe dar a estos animales. La literatura ha estado repleta de escritores que han plasmado en literatura esta relación empalagosa entre amos y perros.
“Cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”, solía repetir el poeta inglés Lord Byron en el siglo XIX. Se refería a Blondi, su fiel pastor alemán. El escritor estadounidense Ernest Hemingway jamás ocultó el cariño que sentía por sus cuatro caninos. En su finca Vigía, ubicada en el poblado San Francisco de Paula, a 25 kilómetros al este de La Habana (Cuba), descansan los restos de ellos. En las lápidas se pueden leer sus nombres: Black, Negrita, Linda y Nerón.
El colombiano Gabriel García Márquez, en su novela ‘El amor en los tiempos del cólera’ (1985), también retrató esta fidelidad humano-canina. Su personaje Jeremiah de Saint-Amour, un inválido de guerra harto de la vida, opta por suicidarse. Pero se va del mundo junto a su perro.
“Lo siento, pero Mister Woodrow (así se llama su mascota) se va conmigo”, dice antes de envenenar a su “danés negro de pecho nevado” y luego suicidarse. No quería dejarlo solo.
Ulises, el protagonista del poema épico ‘Odisea’ (siglo VIII a.C.) de Homero, regresa a Ítaca 20 años después disfrazado de mendigo. Solo es reconocido por su inseparable perro Argos, quien, ya anciano, mueve la cola cuando olfatea a su amo y de inmediato muere a sus pies. Es considerado uno de los canes más viejos en la historia de la literatura.
Hay más casos. Está Buck, el canino protagonista de la novela ‘La llamada de lo salvaje’ (también traducida ‘La llamada de la naturaleza’ o ‘La llamada de la selva’) del escritor estadounidense Jack London. Fue publicada en 1903. Este perro es fruto de un cruce entre un San Bernardo y una Mastín. Luego de pasar por las manos de varios amos crueles, llega donde uno amable llamado Thornson. Cuando una tribu de indígenas yeehat asesina a su fiel patrón, el canino decide vengarse. Mata con mordiscos a los asesinos.
El mismo autor publicó más tarde, en 1906, ‘Colmillo blanco’. Se narra el proceso de domesticación de un perro lobo salvaje. La escritora inglesa Virginia Woolf escribió‘Flush’, una novela donde la perra protagonista y su ama envejecen juntos. El peruano Mario Vargas Llosa creó a Judas, el perro danés de la novela ‘Los cachorros’, que castra al protagonista con un fulminante mordisco.
Están ‘Los perros hambrientos’, de Ciro Alegría y ‘Negrita’, del cubano Jorge Onelio Cardoso.
La mitología griega inventó a Cerbero, un perro de tres cabezas con una serpiente en lugar de cola. Es la mascota de hades, el dios del inframundo. En la mitología escandinava está Garm, el temido canino de la diosa Hela.
El escritor guayaquileño Rafael Montalván Barrera, quien en el 2004 dio una conferencia en la Universidad Mayor de San Marcos de Lima sobre personajes cánidos (mamíferos) de la literatura mundial, cree que los perros representan en los libros una gigantesca metáfora de la fidelidad.