En 1978, Quito fue la primera ciudad de América en recibir de la Unesco el honroso título de Patrimonio Cultural de la Humanidad. Tal distinción significó un reconocimiento a la ciudad como un complejo urbano con un valioso patrimonio histórico cuya vigencia ha permanecido incólume hasta la actualidad. En 1988 Quito fue señalado como un modelo a seguir en la conservación de su patrimonio histórico, gestión en la que, por igual, participaban actores públicos y privados.
Frente a este honroso pasado, en el que la iniciativa de proteger el patrimonio de la ciudad correspondió siempre al cabildo metropolitano, hoy, por el contrario, existe la sensación de que ese patrimonio ha sido olvidado por los actuales personeros municipales. En los últimos 15 años los gobiernos de la ciudad, entrampados en rencillas internas, se han desentendido del centro histórico cuyos tesoros arquitectónicos y artísticos impresionan a quienes lo visitan. Frente a la actual desidia municipal y ante la mirada impasible de la Policía Metropolitana, el centro de la urbe ha llegado a ser tierra de nadie, el desorden y la inseguridad cunden con la invasión descontrolada de mercaderes ambulantes que han convertido calles y plazas en un caótico mercado persa.
Quito, con ser la capital de la República está perdiendo la centralidad que históricamente le ha correspondido ya porque la Constitución así lo dispone, ya por una centenaria tradición que se inició en el siglo XVI, cuando fue la sede administrativa de la antigua Audiencia de Quito y luego, a partir de 1830 al fundarse la República. Esto obliga a una reflexión de quienes hoy gobiernan la urbe; su clamorosa desidia causa indignación al comprobar el paulatino retroceso de la ciudad en aquellos aspectos que involucran al gobierno municipal: eficiencia de los servicios básicos, seguridad ciudadana, ordenamiento del transporte público, cuidado del entorno paisajístico, etc. Ser la capital de un país obliga a ser la mejor imagen de una nación.
Toda ciudad está gobernada por una élite, personas con alta credibilidad y representación social, política e intelectual. Al respecto conversaba hace poco con un apreciado amigo, con quien coincidimos en que las élites quiteñas han abandonado su ciudad, un vacío que ha sido copado por los aventureros de la política. Los partidos políticos quiteños, tradicionalmente ideológicos, han desaparecido. Después de Galo Plaza y Camilo Ponce no ha habido líderes quiteños de trascendencia nacional. Esto no ocurre en Guayaquil donde hay partidos fuertemente identificados con el destino de la urbe. El éxito de la ciudad portuaria debe hacer pensar a los quiteños al momento de escoger a un alcalde. A la hora de las elecciones reverdecen los populismos, no importa quién cante en la tarima, si un ignorante o un ilustrado. Sufragar es escoger un destino.