Luego de que fuera detenido, Luis G., no recibe las visitas de sus familiares en la cárcel. Una sola vez fueron sus cuatro hijos, acompañados de los abuelos. Otras dos veces una cuñada y una sola vez su hermana menor. Le llevaron pan, algo de frutas y una colcha, porque conocieron que dormía sobre tablas.
En medio de la tristeza familiar por la sentencia a 25 años de reclusión en contra del inculpado, los familiares relataron que Luis G., les pidió dinero para sobrevivir en prisión, pero “no tenemos nada”, dice su hermana, Agueda.
Ella cree en su inocencia. Cuenta que él no era malo, por el contrario trabajador. La familia del inculpado no tiene recursos. Solo uno de los ocho hermanos vive en EE.UU. El resto trabaja en labores de agricultura en una comunidad del Cañar.
En EE.UU., Luis y su esposa procrearon otro hijo. Luego de vivir dos años en ese país, ella decidió separarse de él. La razón: supuesto maltrato físico.
Por eso, según la mujer, Luis G., estuvo cinco meses detenido en Estados Unidos. Ella manifestó que, en otra ocasión, él supuestamente intentó agredirla en el baño de su casa.
Lo volvió a denunciar y por eso era buscado por Interpol.
Tres meses después de haber llegado a Estados Unidos, en el 2003, Luis G., enviaba dinero a su esposa. “Luego se desentendió de la deuda”, cuentan otros familiares. “Los chulqueros nos amenazaron con ajusticiarnos. Por eso, mi hermana emigró”. Ella trabajaba en una hacienda y ganaba USD 150 mensuales.
Enfiladas en las planicies y en los bordes de las montañas están las casas de la comunidad donde creció Luis G., en Cañar. Allí, la migración al exterior es latente. Es un sitio con abundante vegetación y clima frío. Las calles son de tierra. No hay alumbrado.
Cuando regresó al país, el supuesto agresor de Avelina Palaguachi llamó nuevamente a su esposa. Según la mujer, él le exigía que le deposite dinero. Caso contrario, la amenazó con que iba a envenenar a sus cuatro hijos y otros familiares.
“Fue terrible. No dormíamos tranquilos. Acordamos entre hermanos que no íbamos a aceptar nada de lo que nos ofrezca”, cuenta uno de los hijos. “El tiempo que pasó fuera nunca me llamó y tampoco me dio nada. Mi mami siempre nos llama tres veces por semana”, narra.
Hasta hace dos meses, la madre de Luis G., vivía sola. Una hija la recogió porque está muy enferma y no habla. Agueda cree que la situación de Luis G. afectó aún más su estado de salud. Ella cuenta que su madre se angustió cuando escuchó que la justicia de EE.UU., solicitó su repatriación para que Luis fuera juzgado allá.
Según Agueda, su madre nunca pudo visitarlo porque no tiene dinero ni para pagar los pasajes del autobús. “La familia ni siquiera sabe que ya fue sentenciado”, cuenta. Pero, ella guarda la esperanza de que un día su madre logrará levantarse de la cama y cumpla con su deseo de visitar a Luis G., en prisión. Ella vive con el recuerdo de su partida, cuando emigró hace nueve años.
Para la familia de Luis G., fue sorpresa escuchar en las noticias que él había sido apresado en Cuenca por un delito grave.
En el pueblo donde creció el inculpado, las anécdotas sobre él son diversas. Un grupo de familiares, vecinos y amigos lo recuerda como una persona de fuerte temperamento.
“Yo le conocí desde que nació, lo vi correr por estos campos, pelearse con los amigos y enfrentarlos”, contó otro familiar del sospechoso. Se unió a su esposa cuando ella tenía 16 años y él 20. Juntos procrearon cuatro hijos. Uno de ellos relata que su padre siempre maltrató a su mamá. Él tenía 7 años cuando emigró. “Recuerdo que la golpeaba con cuerdas. En ese tiempo sufríamos mucho por lo que sucedía. La verdad es que fueron épocas tristes para nosotros”.