Ironman hace que Santiago vuele. Lo sienta en una silla de plástico y pregunta cuál es su personaje favorito. “Me gusta el hombre araña”, responde el niño de cabello cortado casi al ras.
Debajo de un arrugado disfraz del ‘Hombre de acero’, Armando Martillo se las ingenia para complacer a todos los pequeños. Daniela Rodríguez, que llevaba el traje de Cenicienta, se ocupa de las niñas. A Vanessa, de 7 años, le pinta con escarcha una corona en la frente. A todos les regalan animalitos hechos con globos.
Las caras pintadas, juegos y una función de títeres resultaron ayer un respiro para los niños de padres que permanecen en el país en calidad de refugiados.
La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y las organizaciones no gubernamentales que prestan en el país apoyo para esa población ofrecieron una mañana de diversión para los más pequeños.
Según la Dirección de Refugio de la Cancillería, de los 55 826 refugiados que acoge Ecuador, el 82% son mujeres y niños. En Guayaquil se calcula que se les presta refugio a 2 975 extranjeros. Otros 2 077 estaban, hasta diciembre pasado, en el proceso de obtener asilo. De esa población, los colombianos representan el 98%.
Para las organizaciones que trabajan con la población refugiada, la discriminación es uno de los estigmas que deben afrontar en su entorno. “La discriminación que padecen los refugiados, por su país de origen o su condición de asilados, la sufren de una u otro forma también sus hijos”, considera Jacqueline Bueno, coordinadora regional de la Organización Hebrea de Ayuda a Inmigrantes y Refugiados (Hias).
Esa condición de aislamiento se observa en el entorno, y en el caso de los pequeños, en la escuela.
“Aparte de que muchos niños llegan con problemas de aprendizaje, son discriminados por sus compañeros por la condición de sus padres”. En Guayaquil, Hias atiende a un promedio de 30 niños con apoyo psicosocial. A los pequeños se les da ayuda terapéutica, con sicólogos y se los involucra en actividades lúdicas.
Mientras Armando y Daniela terminaban de pintar a los pequeños reunidos bajo la sombra de la glorieta del Parque Seminario, en el centro de la ciudad, otros seis niños se reunían en torno a unas mesas colocadas sobre el césped. Dos terapeutas de Hias los animaban a colorear los dibujos de unos cuadernos.
La discriminación está presente entre los refugiados, y el factor de la nacionalidad tiene mayor peso. Una encuesta de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y de Acnur dirigida a los refugiados de Colombia reveló que el 58% de los consultados dijo haber sentido discriminación por su nacionalidad, y otro 18% por su condición de asilados.
Sonia España, directora de la Agrupación Mujeres Solidarias, una ONG que trabaja con la población afrocolombiana de la Trinitaria, un sector periférico de la urbe, comenta que el hecho de ser afrodescendientes y refugiados es un doble factor de rechazo.
La mamá de Santiago lo observaba mientras le embadurnaban sus diminutas manos con pintura azul y rojo. Las huellas de las manos de todos los 45 niños que ayer acudieron al festejo organizado por Acnur quedaron plasmadas en un telón blanco.
Cerca al lugar donde los niños jugaban, los padres charlaban.
Muchos evitaban ser retratados. “Mi hijo ha sido víctima del rechazo, no solo en la escuela, sino también en el vecindario”, contaba la mamá de Vanessa.
El estudio de la Flacso-Acnur reveló también que el 14% de los refugiados consultados consideró la discriminación como factor principal para no acceder a la educación. El 52% tiene inconvenientes para estudiar. Esto se debe a la falta de documentos en regla. Además, el 20% de los menores que debía cursar la educación primera no lo ha hecho.
“Ecuador debe garantizar que se respeten los derechos de las personas en calidad de refugiadas, porque son personas que están en riesgo”, dice Billy Navarrete, coordinador del Comité Permanente por la Defensa de derechos humanos. Esta ONG trabaja en visibilizar la problemática del refugiado en la ciudad.
La Constitución garantiza a los refugiados el derecho a acceder a la educación y a la salud pública. La Dirección de Refugio destina un total de USD 60 millones al año para atención a los foráneos. Según ese ente, Ecuador destina unos USD 250 en educación al año por cada refugiado reconocido; y otros USD 328 en salud.
“Los niños refugiados tienen los mismos derechos que los niños de la población acogiente, en cuanto al acceso a educación, salud y diversión”, dice Diego Yépez, vocero de la Acnur. “Sin embargo, por su condición de refugiados, tienen una historia triste que es la que los ha llevado a venir a buscar protección”, acota.
Navarrete dice que los menores que acudieron al festejo provienen de comunidades pobres donde han encontrado mayor acogida. En la Trinitaria está una de las muchas concentraciones de refugiados. En el lugar residen al menos 10 familias afrocolombianas, provenientes del sur del vecino país. Muchas madres del sector llegaron ayer con sus niños. Fueron el grupo más reservado entre los refugiados presentes ayer.
Otras organizaciones en Guayaquil hacen intentos porque la condición de refugiados no sea una carga mayor para los más pequeños. El Centro Ocupacional Domingo Comín, regentado por la comunidad salesiana, acoge a un grupo de niños, hijos de refugiados que se instruyen en manualidades. “Tenemos voluntarios que juegan con los pequeños mientras sus padres estudian”, dice Alejandra Vásquez, oficial de Monitoreo del centro salesiano en Guayaquil. “La intención es que los padres transmitan a la autoestima. “Hemos tenido casos de niños de padres refugiados que vienen sicológicamente bloqueados, pero en general la mayoría logra integrarse al poco tiempo”.
El momento de diversión que tuvieron los pequeños refugiados terminó con una pequeña obra de teatro y con obsequios.
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