Lucila Valencia, en medio de su esposo Víctor Guerrón y su nieto Steven Aimacaña. Están junto a Edmundo Valencia. Foto: Roberto Peñafiel / EL COMERCIO
Desde hace 46 años en la Mecánica Valencia se arman dos coches de madera para las carreras de fiestas de Quito. Pero la mayoría de vehículos que están en las bodegas de la numerosa familia no volverá a las ‘pistas’ este 2019.
Son vehículos pequeños, diseñados por Edmundo Valencia en su cerrajería del Mercado Chimbacalle, para chicos de entre 6 y 16 años. Esas eran las edades mínima y máxima en las convocatorias de las carreras Jorge Aguilar Veintimilla.
Este año, la familia Aguilar no organizará el evento por decisión del Municipio de no permitir que corran niños. La mayoría de coches no servirá para competidores que deben tener entre 15 y 40 años.
Pequeños como Jordi Ayala, que se entrenaban para competir, se desilusionaron, pero jóvenes como Steven Aimacaña estaban felices de volver. “Es lindo que otra vez compitamos entre primos y excampeones de otras familias. Hacemos amistades y competimos para saber cuál es la mejor”.
Steven correrá mañana en La Gasca y el lunes en la calle Riofrío después de ocho años de retiro. Fue uno de los al menos 12 campeones entre las decenas de corredores de la familia Valencia. Unos 10 parientes más también se inscribieron.
El joven corrió de los 5 a los 15 años, pero luego siguió en ese mundo, ayudando a su tío Edmundo a dejar a punto los coches para los niños que cada diciembre se sumaban a la ‘Dinastía Valencia’, que tiene decenas de corredores entre sus al menos 150 miembros.
Steven es nieto de Víctor Guerrón, esposo desde hace más de 50 años de Lucila Valencia -la mayor de los 12 hermanos Valencia Cárdenas-.
Él y su cuñado René (+) fueron los pioneros de esta práctica en la familia y también en su tradicional barrio. Lucila fue cómplice de los corredores en las primeras carreras, pues su padre no estaba de acuerdo.
Ella cuenta que una vez tres de sus hermanos sacaron a escondidas piezas de una cama del taller de carpintería de su papá y las ensamblaron con unas ruedas que hallaron, pero el experimento no salió nada bien. Se deslizaron por una empinada vía de Chimbacalle y el coche se destruyó. A ellos les quedaron esos golpes y el castigo de su padre por haber dañado parte de su trabajo.
Luego aprendieron a diseñar mejores modelos. Edmundo se hizo cargo de armarlos y darles mantenimiento. El miércoles pasado, cerca de la iglesia, junto a su hermana y cuñado miraba cómo Steven se emocionaba al practicar en dos de los coches con más años rodando con la familia (20 y 30 años).
Momentos como estos les traen avalanchas de recuerdos de tantas fiestas de Quito organizándose para acompañar a los corredores en la salida, en el trayecto y en la meta.
Edmundo se entristece al hablar de aquel año en que la familia entera decidió no correr. Fueron las fiestas de Quito más tristes de sus vidas, dice, porque solo escucharon las narraciones en la radio. Los afectó tanto que se prometieron nunca más dejar de competir.
Este año, los adultos que correrán desde mañana ya no necesitarán que sus padres o esposos les firmen una autorización para lanzarse en coches con rulimanes en las llantas, pues esos están prohibidos. Vencerán al miedo ‘volando’ por las calles del norte, centro y sur en coches con llantas de madera recubiertas de caucho.
Estas carreras son parte de las tradiciones de esta época. Anoche se llevó a cabo el Festival del Pasacalle, en el coliseo Rumiñahui.
Este año se sumó una nueva actividad: la Fiesta del Fuego, en la plaza de San Francisco, desde las 19:00 de ayer. En el Atrio se colocó un pebetero y en este se encendieron 15 antorchas para igual número de representantes, quienes como chaskis participaron y llevaron el fuego a sus zonas. Se presentó Candombe de las Tripas con música y acrobacias. Mariela Condo y la Banda Municipal estaban en el programa.