Desde los tiempos de la Colonia parece que vamos tropezando con la misma piedra una y otra vez. Una y otra vez. El Dorado, decían los conquistadores que llegaban a buscar oro. Sí. Oro. Igual que los mineros de Buenos Aires y que los gigantes de las empresas chinas o canadienses, el mismo oro que sale de las entrañas de la tierra y que irá a parar a las bóvedas de los bancos. Parece que no aprendemos nada de la historia. Repetimos la misma tontera una y otra vez. Una y otra vez. Falacias como esa de los “mendigos sentados sobre sacos de oro”, o sobre sacos de petróleo, igual da, son parte del discurso oficial. Falacias como esas de “entonces no uses carro ni uses celular”. Quienes van por la explotación de los recursos insisten en argumentos como esos, pero olvidan la historia de saqueo que ha sido la historia extractivista.
En los setenta se bañaron en petróleo y desfilaron con el primer barril creyendo que el país entraba en la rueda del desarrollo y que iba a salir de la miseria. Y no salió. Y vayan a ver las comunidades afectadas por los derrames de crudo… no solo las de los toxitur de Texaco… vayan a ver la vía Auca y tópense frente a frente con las paupérrimas comunidades que ahí han quedado, olvidadas, desatendidas, violentas y violentadas. Pero no solo ahí… la pobreza extiende sus tentáculos en todo el país, a pesar del petróleo, a pesar del oro, a pesar de las ventas anticipadas que han dado ripio, algún pavimento, veredas y canchas de césped sintético con sobreprecio, a lo mucho, pero que no han mejorado las condiciones de vida de la gente ni han sacado de la pobreza extrema o de la ignorancia a casi nadie. Los muertos de las minas de Buenos Aires, la extorsión, la miseria… esa misma miseria es la prueba de que el modelo extractivista solo enriquece a unos pocos mientras despoja de todo, hasta del alma, a quienes van por ahí buscando oro, plata, cobre, o petróleo. Y no importa si es a pequeña escala o a gran escala. El principio es el mismo: sacar de las entrañas de la tierra su riqueza para que unos pocos llenen sus bolsillos y otros muchos pasen hambre. Pan para hoy y hambre para mañana.
Y no aprendemos. Seguimos tropezando con la misma piedra, ignorando la historia, creyendo que el dinero va a salir del centro de la tierra y que nos va a hacer ricos. Y no es así: los beneficiarios de la megaminería serán los empresarios —ecuatorianos, chinos, canadienses— dedicados a ello. Los beneficios de esas empresas no son los pobres de la patria: esos son quienes, a lo mucho, reciben migajas por el trabajo sucio.
La resistencia que están dando algunas comunidades es una esperanza. Es el latido de otro mundo posible, en el que la naturaleza, el agua, el páramo, el bosque, valen más que el dinero. No podemos comer sopa de billetes, decía un anciano líder shuar. Y tiene razón.