César Carranza sostiene que sin la pintura no hubiera podido vivir porque siempre se ha “sentido inútil para hacer otra cosa sino solamente pintar”.
“La pintura siempre ha llenado mi vida y me seguirá llenando”.
Nacido en Ambato, con una larga trayectoria nacional e internacional en la pintura. Ganador de varios premios, ha expuesto con éxito sus cuadros en el Ecuador y en EE.UU., Israel, México, Nicaragua, Chile, Perú, Colombia, entre otros países. Aquí la entrevista.
¿Cómo fue su infancia, vivió de cerca el terremoto de Ambato?
A la edad de 5 años tuve ese choque y me parece que el terremoto de Ambato marcó en muchos aspectos mi vida.
¿Hubo grandes destrucciones no solo en Ambato?
Sí, Pelileo sobre todo. Prácticamente medio pueblo estuvo virado, se deslizó una gran parte, casi desapareció.
¿La familia a qué se dedicaba?
Mi padre era sastre, tenía un almacén de confecciones y tenía 20 obreros. Él trabajaba haciendo los uniformes para el ferrocarril.
¿Cómo fue su escuela?
De la escuela tengo malos recuerdos realmente porque desde el primer año sufrí maltrato de la profesora porque dibujaba y todo el tiempo era castigado por exhibir mi destreza.
¿Llevaba en las venas la pintura?
Sí. Cuando entro al colegio un hermano cristiano, que nos daba botánica, ponía flores en el escritorio y nos hacía pintar. Él me dice: “Carranza tienes que ser pintor”.
¿Sus estudios cómo fueron en Quito?
Tuve buenos maestros creo yo: Guillermo Muriel, Galo Galecio, Bolívar Mena Franco, Luis Moscoso, Jaime Valencia y Diógenes Paredes. El que más mal carácter tenía era Diógenes Paredes y Galo Galecio era un hombre muy especial. Un hombre tan elegante que llegaba a clases de grabado donde había que ensuciarse y todo, pero él no se ensuciaba porque tenía un ayudante que le hacía ese trabajo de entintar, de enseñarnos cómo se entinta las planchas. Él era un hombre muy elegante, muy aseado, recuerdo siempre sus combinaciones, con zapatos cafés preciosos que tenía. También fue mi profesor Leonardo Tejada.
¿Tuvo el apoyo de su padre?
Mi padre me pagaba a mi el arriendo y una tarjetita de comida; es lo único que me quiso apoyar porque no quería que sea pintor. “Pintor, borracho” y cuando también quise aprender música e intenté entrar al Conservatorio me dijo: “¿cómo? si ya te permití que seas pintor, ¿músico?, doble borracho te vas a hacer”.
¿Cómo se concretó el estudio en México?
Viajé a México en condiciones medio precarias porque lo poco que tenían que mandarme nunca lo hacían.
¿Tuvo contacto en México con el embajador de entonces y escritor Benjamín Carrión?
Fue una experiencia enriquecedora. Recuerdo de Benjamín Carrión que yo tenía un amigo Porras que trabajaba en restauración y fui a visitar el centro donde trabajaba y me impresionó las cosas que hacían. Hablo con el director del instituto y le digo “¿qué puedo hacer para ingresar”, y me dice “solamente necesita usted una recomendación de Benjamín Carrión”. Fui a la Embajada, me recibió y el expongo la situación y me dice “sí, pero ¿cómo se que eres pintor?, enséñame algo” y empieza a mirar los dibujos y dice “Carranza negado porque el país va a ganar un restaurador más y va perder un pintor”.
¿Cómo define su estilo?
Creo que mi trabajo se enmarca más bien en el sentido expresionista. Sobre todo me ha gustado mucho el expresionismo alemán.
Una de las críticas literarias, la escritora Susana Cordero, sostuvo que usted pinta como si palpara su trabajo ¿qué significa eso?
Cuando vio mi exposición erótica escribió eso. Tiene una anécdota Susanita. Un cuadro que me compró de esa muestra era de una pareja. Lleva a su casa y dice que le había puesto en un lugar muy especial y tenía una empleada de años que tuvo problemas psicológicos y le lleva a una casa de asistencia, pero cada fin de semana le volvía a su domicilio. Una vez llega Susana y no ve el cuadro y empieza a averiguar y esta señora le dice “no sé, pero yo le salvo del diablo, yo le salvo del demonio” y Susana le pregunta ¿pero qué hiciste con el cuadro?, había tenido un tacho de esos grandes y había estado humeando todavía y empieza a sacar pedazos que quedaban todavía y me enseñó.
¿Cómo le ha ido con sus exposiciones en el exterior?
Muy bien. He estado en Moscú. En Milán me fue bien y a Lima llevé una exposición de dibujos.
¿Tiene idea de cuántos cuadros ha pintado?
No tengo, pero pasarán de mil creo yo.
¿Qué le ha dejado la pintura?
Me ha dejado todo, es mi vida realmente. Sin la pintura creo que no hubiera podido vivir porque siempre me he sentido inútil para hacer otra cosa sino solamente pintar. La pintura siempre ha llenado mi vida y me seguirá llenando.
¿Qué significan las libertades para usted?
Todo. Quería contarles cuando estuve en Moscú en plena Perestroika. Me llevaron a Leningrado también, pero en el fondo yo fui encontrando que no era tanto como lo pintaban. Era totalmente diferente, la gente triste, bebía demasiado. Al traductor que andaba conmigo le pregunté que por qué beben tanto, se veían filas para comprar el vodka o cerveza y gente tirada en el suelo, alcoholizada. Me dice “claro cómo no va a ser este país así estos dirigentes incentivaban que la gente siempre beba ¿para qué?, para amortiguarles”.
¿Usted no cambiaría un sistema de libre pensamiento incluso con los excesos que pudiera cometer una persona?
No, de ninguna manera. Yo pienso que la libertad de expresión es tan inmanente como respirar, sin eso no queda nada y para un artista mucho más todavía. No solamente para mí, la gente común y corriente que levante su voz cuando siente injusticia, levante su voz cuando no tenga qué comer, qué trabajar. Todo eso es tan importante la libertad de opinión, de expresión, la libertad para decir lo que le da la gana a uno pues ¿por qué no?, estamos supuestamente en un país democrático.