Como cada año, Jaime Zapata (Quito, 1957) está de vuelta en Quito. Pero esta vez, a diferencia de otras en las que ha estado solo de visita, viene con obra nueva, instalada en los registros de su cotidianidad francesa, cuyas horas libres se llenan con la compañía de modelos a las que pinta en lo que parecería un intento de ‘robarles el alma’. En algunos casos, las miradas plasmadas en los lienzos parecerían decir que Zapata lo ha logrado.
La muestra ‘Trazos íntimos’ (que se abre mañana a las 19:30 en Imaginar Casa de Arte, en Vía Cumbayá) es, como él dice en un texto preparado para esta exposición, una ventana a su mundo, que en los últimos años se compone de la luz y las personas que se dan cita en sus talleres de París y Montpellier, las dos ciudades en las que pasa la mayor parte del tiempo.
En un breve repaso a los cuadros que antes de ser trasladados a la galería reposan -unos colgados, otros en el piso- en uno de los varios cuartos de su casa de San Marcos, es evidente que el Zapata de toda la vida (el de ‘El Encuentro’ o el de ‘El hombre del celular’) no está en esos lienzos. “Este -dice- es un pequeño paréntesis personal donde no trabajo lo otro, sino que estoy con mis propias necesidades afectivas”.
Y aunque lleva décadas dominando el retrato, asegura que le sigue siendo esquivo. “Me es difícil representar la belleza que veo. Por eso daño cuadros que ya están listos y los vuelvo a empezar”, dice mientras señala un par que están en esa situación. Inconforme, meticuloso; lo que en su momento pudo llegar hasta a extasiarle, luego le produce desazón.
Es seguramente la misma desazón que le provoca el orden actual del mundo, que no dista tanto de aquel de los años 70, cuando comenzó su camino en las artes plásticas, y del que desde entonces ha sido crítico.
Si bien los retratos tienen que ver más con su cotidianidad, con esa nueva realidad en la que convive con varios estudiantes chinos en Montpellier, la serie que trae a Quito guarda un trasfondo de sus inquietudes de siempre. Eso es evidente cuando explica que los guiños que ciertos retratos de ‘Trazos íntimos’ hacen a la obra de grandes maestros universales, como Rembrandt o Velásquez, por poner solo dos ejemplos, tienen que ver también con una necesidad suya de comprender mejor el mundo, el poder.
No elabora estas ideas explícitamente ni de manera concreta; son tantas las cosas que tiene para decir que cada respuesta suya a una pregunta sobre la muestra termina siendo una declaración de principios involuntaria. Así comienza con los grandes maestros e inmediatamente su mente sobrevuela el expolio colonialista en América versus la obra El expolio de El Greco, la amalgama que conforma la civilización occidental o la propagación a la fuerza de lo que él llama “un concepto de democracia”.
A la pregunta de dónde sitúa él su propuesta en el contexto del arte contemporáneo luego de responder tajantemente: “estoy fuera”, sigue una larga reflexión sobre los gurús de dicha línea, al igual que sobre el concepto en sí: “(el arte contemporáneo) es un refugio de varias formas inconclusas, por un lado literatura, por otro cine, por otro filosofía, por otro política. Y en lugar de crear sus propios espacios se tomó los espacios que había. Y sacó a medio mundo de la plástica y la acabó. Pero el arte contemporáneo es pasajero”.
Zapata está fuera de los lenguajes de ese arte, pero de alguna manera comparte sus temas tan atados a las coyunturas mundiales. Ya está preparando “las visiones que yo puedo tener del futuro cercano. Cómo la sociedad se va a transformar y qué va a resultar de eso. Ya estoy encaminado en trabajar la destrucción del mito de Adán y Eva, con Adán y Adán, y Eva y Eva. Quiero pensar un futuro distinto, de hermafroditas”. Es decir, está indagando en cómo la especie se va transformando.
Sí, es el mismo Jaime Zapata de siempre, solo que la belleza formal de sus retratos esta vez camufla casi por completo esa vena crítica y reflexiva que lo caracteriza y que ha parido algunas de las obras más potentes de la plástica nacional.
Comenzó su formación académica como pintor en la adolescencia, en el Colegio Montúfar. De ahí pasó a la U. Central.
Vive desde los años 90 en Francia; allí ha desarrollado y madurado su carrera artística.
La frase:
“Me es difícil representar la belleza que veo. Es complicadísimo, por eso a veces daño los cuadros y los vuelvo a empezar”.
Jaime Zapata