Columnista invitado
Combatiente y combatido, Edmundo Ribadeneira (1920-2004), batiendo ambigüedades y confinamientos, no encorvó jamás su mano y siguió puntual, hasta su último aliento, en su faena diaria de sembrar luz y esperanza para todos.
De mediana estatura, refinado y distante, adusto y controvertido, murió obstinado en su posición de escritor comprometido con el destino histórico de nuestros pueblos y de una humanidad que alcance su nombre. Escritor de innumerables lecturas, perspicaz y hondo, criticó acerbamente totalitarismos y autocracias desde que asumió la convicción de que siempre fue un “militante de la vida”.
Su humor fue imagen de su formación universal (pocos intelectuales he conocido con tan rica sembradura humanista); en ocasiones, ese humor devenía incluso en ácido y letal.
De noble levadura humana, áspera y tierna, aborrecía a los ‘intelectuales’ trinchadores o fámulos del poder. Edmundo fue un hombre diverso y asequible. Aquella duplicidad que se da en todo intelectual genuino y que no es sino la conclusión de una actitud pública que se congrega para situar su universo íntimo; era, en él, lo más acusado de su camino existencial.
La densidad reflexiva y la fuerza creadora de Edmundo Ribadeneira intrínsecamente imbricada en sus ensayos ajustan un riguroso instrumento en la develación de la sustancia misma de los asuntos sobre los cuales trató.
Toda crítica, señaló Roland Barthes, debe incluir en su discurso otro implícito sobre sí misma. La crítica, entonces, debe ser una sucesión de actos creadores inmersos en la existencia histórica y subjetiva de quien los asume. Este fue el ejercicio crítico que profesó Ribadeneira.
La condición humana a través de Frankenstein y Drácula, Recopilario –memorables ensayos periodísticos escritos durante su exilio en Chile–, La novela italiana de la segunda posguerra, La moderna novela ecuatoriana, entre otros, son textos desde los cuales emergen nítidas las reflexiones que Ribadeneira poseyó sobre la historia y la filosofía del siglo XX. Y en narrativa, su novela El destierro es redondo: “Novela testimonial, desgarrada, cosmopolita –escribí en su contraportada– apenas se aquieten las pasiones que se han desatado sobre su autor, será reconocida como una de las mejores de su época”.
Conocí a Edmundo Ribadeneira, quizás como pocos, por eso fui testigo de su repulsión ante los ‘homenajes’. Estas líneas no son sino un tributo recordatorio a uno de los intelectuales más brillantes que dio Ecuador en los últimos decenios del siglo que dejamos. La cultura en su multivariedad de vertientes fue su pasión y razón de vida. Sirvió a la Universidad Central del Ecuador y a la Casa de la Cultura Ecuatoriana con ejemplaridad. Fue columnista de EL COMERCIO.
Desde esa tribuna, demolió fantoches de la política y la cultura, bicharajos camaleónicos; algunos de ellos, sobrevivientes de sus diatribas, aún piruetean ante el poder de relevo, que es uno, con variopintos rostros.