Mientras el frente político se concentra en dar una “batalla para que los medios cumplan con su papel que es informar y comunicar y no ser actores políticos”, o -siempre según la Ministra Coordinadora de la Política- en mejorar el alcance del mensaje de AP, ¿a qué se dedican en verdad los responsables de la comunicación?
La pregunta cobra sentido frente a la dificultad para presentar de modo coherente temas de interés ciudadano. La novena reforma tributaria fue un penoso ejemplo de descoordinación en la comunicación, pues quienes debían evangelizar a la sociedad con supuestos argumentos técnicos fueron los últimos en enterarse de las decisiones venidas desde la política. Otra falla de coordinación fue la de los responsables del IESS sobre los fondos de reserva.
Hace poco, se ventilaron públicamente las diferencias entre los frentes diplomático y comercial sobre las relaciones con la Unión Europea. Y no hubo explicaciones oportunas sobre la posición alemana frente a la Iniciativa ITT. Meses antes, se alarmó a la población con un anuncio sobre la eliminación de los calefones.
Por cierto, siempre se puede culpar a los medios. Pero la prioridad de la comunicación es evitar que la población se enfrente a escenarios irreales que pueden llevarla a decisiones equivocadas. El mensaje que se transmite es de desorden y falta de seriedad, y que el Gobierno siempre está dispuesto a ceder en función de la medición del ambiente. Un flaco favor a la palabra presidencial, que a fuerza de repetición -y no de información- se desgasta cada sábado.