Te amo, díganlo con adoquines, fue una de las máximas del Mayo del 68. Foto: AFP
Cada mayo -y más si el año termina en un número redondo como este cincuentenario- rebrotan las voces más nostálgicas. Se organizan exposiciones, seminarios, mesas redondas, paneles sobre Mayo del 68, la sublevación de estudiantes franceses a la que se sumaron los obreros, y que puso en jaque a la V República, a su fundador, Charles De Gaulle, y cuestionó al capitalismo.
Es inevitable que aquello ocurra. El espíritu poético y las numerosas e interesantes consignas de aquella generación aún pueden despertar emociones en las edades de la natural rebelión y se vuelven evocación triste con el tiempo, cuando el sistema triunfa finalmente sobre los individuos.
No fue solamente Mayo del 68 la única revolución -muchos prefieren llamarla apenas rebelión- que debe recibir el nombre de su fecha, más como un ismo estético que como una acción política que modificara las estructuras.
Finalmente, al cabo de 50 años, el capitalismo es más capitalismo y los Estados son débiles ante el verdadero poder: los capitales transnacionales que carecen de bandera, aunque simbólicamente deban cargar con una.
El año 68 es muchas cosas, además del mayo francés. Es el del asesinato de Martin Luther King y el de Bob Kennedy, dos esperanzas de un cambio en Estados Unidos.Es el de los atletas afroestadounidenses Tommie Smith y John Carlos que levantaron su puño con guantes negros ante el himno de su país al ganar las medallas de oro y bronce en las olimpiadas de México 68, pero es también, en ese mismo país, el de la matanza de Tlatelolco.
Es, del otro lado del mundo y en el sistema comunista, la Primavera de Praga, la invasión soviética que le puso fin y la inmolación, 1969, de John Palach, el estudiante checoslovaco, porque “para vivir, un hombre necesita espacio”, según le dijo a su madre en el hospital. Su sacrificio no sirvió de mucho -el sistema se endureció, aunque 20 años después volvieron las movilizaciones para poner fin al comunismo. En ese mismo 1969, se dio el ‘Cordobazo’ en Argentina.
También Mayo del 68 tiene sus antecedentes que inspiraron a los jóvenes: la Revolución Cubana, la independencia de Argelia (ambos en 1959) y la Revolución Cultural de Mao, en China (1966-1976).
Tenía, además, la marca de la contracultura estadounidense contra la intervención en Vietnam, la píldora anticonceptiva y la libertad sexual, las luchas por la igualdad de la mujer, la expansión de la droga, el rock.
El ideal placentero del capitalismo de los 50 se había desvanecido en un mundo en donde los conflictos se erguían a raíz de las luchas por los derechos civiles, la solidaridad con la emergencia tercermundista y el nacimiento de jóvenes repúblicas de África, sobre todo, y de Asia.
En cada aniversario de Mayo del 68, los jóvenes de ayer miran con recelo a los jóvenes de hoy. Dicen –dirán- que ya no hay compromiso, que hay apatía, que ya no hay utopías, que ahora el individualismo ha ganado todas las batallas. Muy probablemente a los jóvenes de hoy los ha conquistado el aburrimiento. El problema es que los jóvenes de ayer también eran unos aburridos.
En un artículo de opinión del diario Le Monde de marzo de 1968 se decía exactamente lo mismo: “Los jóvenes de Francia se aburren” porque no tenían participación social ni política ni intención alguna de movilizarse. Dos meses más tarde, la realidad mostró que Le Monde se había equivocado.
La socialdemocracia y las izquierdas tradicionales francesas no estaban preparadas para los nuevos códigos. Las barricadas singulares de los jóvenes que hasta las levantaron en calles sin salida del Barrio Latino, se asemejaban a aquellas de la Comuna de París, que finalizó trágicamente en mayo de 1871 luego de dos meses de gobierno proletario, popular y socialista.
Era imposible que la izquierda tradicional entendiera lo que se ha coincidido como el inicio de la rebelión. Con 23 años, Daniel Cohn-Bendit, el ícono de la revuelta y calificado como ‘Dany, el Rojo’ por los conservadores, le increpó al entonces ministro de la Juventud, Françoise Missoffe, cuando inauguró una piscina en la Universidad de Nanterre: “He leído su ‘Libro Blanco’, señor. Cientos de páginas en las que no se dice ni una palabra sobre los problemas sexuales de los jóvenes”.
Los 60 y sus movilizaciones fueron también mediáticos. Para muchos, incluso, un espectáculo, una revolución que, como dijo el filósofo André Glucksmann, hizo todas las preguntas pero no halló ninguna de las respuestas.
Las preguntas fueron hechas en las paredes. “La imaginación al poder” o el tan mentado “prohibido prohibir”, que ahora, en tiempos de corrección política, debiera transformarse en “permitido prohibir”.
Días emblemáticos de esta movilización son el 10 de mayo, cuando 12 000 manifestantes resistieron el embate de 6 500 uniformados. Hubo al menos 1 000 heridos y 500 detenidos. Pero tres días después, los obreros convocaron a una huelga en que participaron 10 millones de franceses.
Pero pronto los sindicatos mostraron de qué estaban hechos. Con el acuerdo de Grenelle, lograron el aumento del 10% de los salarios y trabajar 40 horas semanales. Con eso, poco a poco se fueron retirando de las calles. De Gaulle ganó las elecciones, aunque tuvo que retirarse al año siguiente.
El tiempo todo lo puede: ‘Dany, el Rojo’ ahora es un europarlamentario acomodado al statu quo. Al poder, pues, no le faltaba la imaginación sino paciencia. El movimiento que duró casi dos meses hizo sentir que París era algo más que una fiesta y un sueño. Hoy queda como una nostalgia.