Hacen murales en La Floresta, muestran sus tintas en cafés, sus ilustraciones en libros, sus cuadros en galerías, su obra en la web. No pasan de los 30 y son artistas que beben de la filosofía, el cine y la tecnología, que reconocen tanto el lugar de Guayasamín en el arte ecuatoriano, como la ruptura de Stornaiolo. Que, conscientes del ancestralismo y la neofiguración, se hacen de pinceles, aerosol, plumillas y software para indagar un nuevo (¿y propio?) lenguaje.
Creadores que pintan y dibujan desde niños, que se acercaron a la academia solo para desencantarse, y se volcaron al taller, a las lecturas, a la observación, al autodidactismo para expresarse. Ellos ansían la libertad creadora, sea en juegos con materiales, en colectivos o en diálogos consigo mismos. Se mueven por circuitos de exhibición alternos y –consideran– anteponen sus propuestas a los gustos del público; sin embargo (contradicción, pero objetivo válido), buscan vender sus piezas.
En una breve revisión damos con cuatro nombres, que acaso empatan en algunos puntos de su quehacer, pero es su personalidad la que hace su obra: Mónica Vásquez, Begoña Salas, Luis Felipe Donoso y Diana Armas.
La mayoría firma con un seudónimo, que se transforma en una marca para posicionar su estilo con respecto al de los otros creadores. Así, Mónica es Mo; Begoña, Bego; Luis Felipe, Huesos Negros (un alegato en contra del racismo); y Diana escapa de esto, aunque esporádicamente hace una daga como logo.
Mo no quiere complacer sino a sí misma e identifica una resistencia por parte de la gente hacia su obra. En ella, busca la estilización y el movimiento de la figura, son mujeres de cuellos alargados (huella de Modigliani) y que hechas de líneas curvas se acercan al arte óptico.
Dice Mo que su proceso creativo se relaciona con el automatismo psíquico: un trazo que de pronto da pie a una forma. Las influencias le llegan igual desde la diseñadora japonesa Yuko Shimizu o desde el pintor italiano Giorgio de Chirico.
Mo trabaja junto a Bego, quien también es diseñadora y se mueve entre la calle, la galería, la moda, la ilustración. Su serie Patología de un secreto, da cuenta de la figura humana, y en ella impone el gesto del sujeto en el cuadro y, sobre todo, el color. Otras de sus pinturas resaltan intenciones: manchas del expresionismo, figuras del cubismo, algo de Picasso y Merello. También hay un tono ‘naif’, donde lo “no perfecto” marca un estilo natural, fluido.
Huesos Negros bebe del punk rock; lo antisocial y contestatario de esta corriente construyen una postura política, que se corresponde con la estética y el mensaje de sus cuadros, expresado de manera concisa y relacionado con el cómic.
Para él, la tecnología no es una herramienta imprescindible pero no usarla le resulta atemporal. Sobre ella, siempre están el concepto y la mano. Donoso, además, ha trabajado el grabado, una práctica que por sus altos costos ha dejado relegada.
Actualmente se enfoca en una serie de insectos. Tomó fotografías en el Cuyabeno, de ellas hace reconstrucciones digitales, las dibuja y las pinta, para imprimirlas en lienzo, a grandes dimensiones. El proceso empata con una especie de grabado digital, por sus varias impresiones y al no existir un original. Con ese trabajo, en el discurso de Huesos está presente el pensamiento del alemán Walter Benjamin con ‘El arte en la época de la reproductibilidad técnica’.
La línea de la nueva gráfica se complementa con una búsqueda alterna (acaso más madura también), la de Diana Armas. Ella es diseñadora y labora como tal, pero no le gusta mezclar esta práctica con su expresión artística. Sus piezas son cuadros de pintura y collage, son moldeados de muñecas, son exploraciones con materiales. Armas crea por series, se plantea un tema, investiga sus posibilidades y se toma el tiempo necesario para tener su pieza concluida. Es una artista de taller en donde la perfecta soledad le permite una comunicación “entre el cosmos y mi yo”. Sus lecturas le han llevado a interesarse por el tarot como tema, y se ha planteado la realización de toda la baraja.
En sus otros cuadros, se ve algo de instalación, pequeñas puertas que se abren y dentro llevan a otras dimensiones, a pequeños seres, a detalles. Hay un rastro de El Bosco y su ‘Jardín de las delicias’; también a las visiones del expresionista alemán Otto Dix. En general, en su obra se puede apreciar una estética ‘dark’ (incluso se puede leer una breve relación con lo hecho por Tim Burton, en el cine).
Los jóvenes exponentes de la plástica y la gráfica ecuatoriana huyen de las generalizaciones y buscan no definirse en un solo movimiento, prefieren responder al momento, a nuevos espacios y a nuevas rupturas.