Las bandas musicales que acompañan los cortejos fúnebres se escuchan con frecuencia en la calle España de la ciudad de Riobamba. Allí también abundan las floristerías, las marmolerías especializadas en lápidas, las funerarias y otros negocios relacionados con la despedida de un ser querido que ha fallecido.
Esa vía conecta directamente el centro histórico de Riobamba con el Cementerio Municipal. En el imaginario urbano de los riobambeños, eso la convirtió en ‘la calle de los que se van y nunca regresan’.
A lo largo de la calle de 56 cuadras, hay 36 floristerías, 16 marmolerías y tres funerarias con varios salones de velación. Por allí, cada día desfilan al menos dos sepelios, aunque hay días en los que hay hasta cinco.
Según el historiador Franklin Cepeda Astudillo, la calle España se convirtió en la calle fúnebre de la ciudad a inicios del siglo XX, cuando el antiguo cementerio que funcionaba en el interior de una hermandad religiosa se trasladó al sitio en el que está ubicado actualmente.
“Esta calle es importante, porque pasa junto al Parque Sucre, en el centro histórico, que es el núcleo donde se inició la ciudad. La calle tuvo una evolución lenta, con el tiempo el sector se especializó y se llenó de negocios relacionados con el tema funerario”, explica Cepeda.
Él presentó parte de su investigación sobre las honras fúnebres en un artículo titulado ‘Morir en Riobamba’. Allí se cuenta parte de las costumbres antiguas para despedir a una persona fallecida. En su artículo cuenta, por ejemplo, que la cantidad de caballos que halaban la carroza que transportaba el féretro determinaba la importancia social y económica de la persona que falleció.
“Los cortejos tenían un formato un tanto medieval. Hay documentos y fotografías que muestran caballos que llevaban decoraciones con plumajes, y el cochero utilizaba un traje negro y sombrero de copa”, dice Cepeda.
Los negocios que se instalaron a lo largo de la calle también forman parte de la historia. La Funeraria Mendoza, por ejemplo, fue el primer negocio que ofrecía estos servicios instalado en la calle.
Su propietario, Gonzalo Mendoza, recuerda con claridad cada detalle de la carroza fúnebre que utilizaba su abuelo para transportar los féretros. “Estaba halada por dos caballos de crines preciosas, adornados con cintas y borlas pomposas. En la carrocería había tantos detalles esculpidos en madera, que siempre me pareció una obra de arte”.
En 1950, cuando la funeraria Mendoza empezó a operar, todos los implementos de la capilla ardiente se llevaban a la casa del fallecido y para movilizarlos se requería una gigantesca plataforma de madera. Las galerías eran adornos con cortinas de terciopelo que se ubicaban en la puerta principal, también había candelabros y figuras religiosas.
Pero luego, en 1967 se fundó la primera sala de velación. Hoy, 64 años después de su fundación, la Funeraria se modernizó, cuenta con vehículos motorizados, una sala de velación VIP y la administración está a cargo de la tercera generación de la familia.
Las floristerías también crecieron a un paso acelerado. Laura Díaz fue la primera en instalar el negocio, en 1985. Hoy, su familia cuenta con cuatro tiendas de flores y decidió especializar cada una de acuerdo con una temática.
El local donde se expenden los arreglos funerarios se distingue de los demás por los lazos negros y morados de gran tamaño. Hay arreglos en forma de cruces y otros de gran tamaño que suelen adquirirse por las instituciones que se solidarizan con algún colega que ha sufrido una pérdida.
“Antes, la gente llevaba arreglos pequeños. Usábamos unas flores moradas, pequeñas, que llamábamos ‘no me olvides’, porque se usaban exclusivamente para los funerales. Hoy la tendencia es otra, la gente prefiere rosas y lirios”, dice Díaz.