En el balcón de la Embajada del Ecuador en Londres – que se ha hecho célebre por su encierro- el pirata informático Julian Assange daba la noticia alborozado.
Cuando faltan unos días para que se cumplan cinco años de su asilo, seguramente duro para el huésped de nuestra legación diplomática en Reino Unido, su libertad no está garantizada pues todavía tiene temas por resolver, y si pone un pie fuera de la Embajada ecuatoriana corre el riesgo de ser arrestado.
Assange, australiano de 45 años, se hizo famoso por las publicaciones conocidas como WikiLeaks, los cables de las embajadas en distintos países y hasta secretos de seguridad de Estados Unidos, que se publicaron en varios de los principales diarios del mundo.
Mientras Assange mantenía un programa en Russia TV sobrevino la demanda d e la justicia sueca por presunta violación. Assange buscó refugio en la sede diplomática ecuatoriana y halló protección. Más allá del debate sobre la conveniencia de ese asilo, el Gobierno estaba en su derecho de otorgarlo.
Pero no se aseguró de prohibirle, como a todo asilado, que hiciera declaraciones que pudieran afectar la imagen de nuestro país y perturbar las relaciones con otros estados. ¡Mal!
Se sospecha que desde su encierro Assange hizo operaciones informáticas comprometedoras que hasta la fecha no se aclaran suficientemente.
Si el caso no se resuelve en los próximos días, el presidente electo pedirá mesura a este huésped incómodo.