Pablo Andrade es experto en ciencias políticas. Doctor en Pensamiento Social y Político por la Universidad de York, Canadá y coordinador del programa doctoral de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
Entrevista a Pablo Andrade, experto en ciencias políticas. Doctor en Pensamiento Social y Político por la Universidad de York, Canadá y coordinador del programa doctoral de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.
¿Qué tan importante es el diálogo para la vida política de un país?
Es un requisito básico de una democracia el que existan espacios, oportunidades y personas dispuestas a conversar de manera abierta. Asumiendo, además, la posibilidad de que como resultado de esa conversación, mis opiniones van a cambiar.
Debería ser un fenómeno natural en los seres humanos. Sin embargo, esto último no se da cuando existe un conjunto de instituciones, costumbres sociales jerárquicas. No se sientan a dialogar como iguales, sino como miembros de una pirámide; uno sobre el otro.
¿En qué medida las nuevas tecnologías de la comunicación, como contacto directo entre los políticos y la ciudadanía, influyen en el diálogo?
Es muy difícil que ocurra un verdadero diálogo en 140 caracteres, como pasa en redes sociales, por ejemplo. Sirve para cosas prácticas, como recordar a alguien que traiga a casa el ingrediente para la comida que olvidó comprar. También los usuarios escriben para que otros lo lean y los reproduzcan. No está diseñado para conversar; es decir, para que resulte una mejor idea o se modifique una inicial.
¿En Ecuador hay condiciones para que se dé un diálogo político?
Yo veo que es muy difícil conversar. Hay un clima de polarización política. En los últimos diez años esa polarización ha sido importante, pero no ha sido resultado único de las estrategias gubernamentales. Había una polarización que precedía.
En el período 1997-2007 había una enorme inestabilidad política, con posiciones que se organizaban en polos donde la discriminación pasaba por creer que si alguien pensaba diferente era su enemigo. Se dieron cuenta que eso era una estrategia eficiente y Alianza País lo terminó adoptando.
¿Qué réditos puede dejar la polarización?
Básicamente ser reelectos y mantenerse en el poder.
Alianza País llegó con un discurso incluyente y respaldado por sectores que no comulgaban con la estructura política tradicional, ¿qué ocurrió?
El discurso político es siempre un discurso estratégico para obtener un resultado. Nunca es literal.
¿Qué efecto ha tenido en la democracia del país?
Es obvio que los espacios donde formalmente tendría que haber habido una conversación para conducir el país simplemente no han existido. Por ejemplo, la Asamblea. Parte de la conducción del Estado es el hecho de que existen instituciones formales diseñadas para debatir; que es lo que debe suceder.
¿Cómo se llegó a esa situación?
Se hizo una Constitución que le otorgaba ese rol al Presidente. Al hacer eso, ya se cerró la posibilidad de que la Asamblea sea un cuerpo deliberante. Que sea un espacio de conversación que, producto de esas conversaciones, resulten leyes. No es solo culpa del movimiento monopólico. Es también la forma en que se ha estructurado, pero también los opositores tienen una fuerte responsabilidad. Existe la posibilidad y hay varios casos históricos en que un conjunto minoritario con base a un conjunto de argumentos y negociación logra hacer cambiar a la mayoría.
Supongamos que eso sucedió en la Asamblea, pero la ley que se termina adoptando es finalmente modificada por el Presidente de la República. Él puede casi cambiar desde la primera a la última línea. Más si además es el jefe del partido.
¿Qué hace falta para propiciar el diálogo?
No creo que cambiando una ley se cambia el mundo. Pero sí se pueden cambiar juegos. Yo cambiaría el juego político actual, en el sentido de restarle poder al Presidente sobre todo en el plano legislativo y darle más poder a la Asamblea. Si va a una reunión de la oficina donde se habla de cambiar el diseño y deciden que se va a modificar el techo y el color, pero la última palabra la tiene el jefe y lo saben, ¿cuál es el estímulo que puede tener el resto para ir a esa reunión? O para decir lo que realmente piensa, cuando sabe que las decisiones tomadas por consenso o mayoría en definitiva no van a contar.
¿El volver a una Asamblea con mayorías móviles y con menos poder en manos del Ejecutivo, no es dar paso también a las componendas que antes se criticaban?
Así funciona en todas partes. Lo lógico es que haya un espacio en donde las personas puedan ir a negociar los intereses propios del representado. Si un asambleísta propone una ley para dar atención a infantes con desnutrición crónica y otro representante viene de una provincia donde ese problema es importante, puede conversar con el proponente y decirle yo apoyo la ley, pero incluye un artículo donde se establezca prioridad a mi provincia. Así se hacen las leyes. Es parte de la técnica legislativa. Otra cosa es aceptar dinero por apoyar una ley. En ese caso debe ser juzgado.