Hace años escribí unas palabras que vienen como anillo al dedo para expresar, hoy, mi vergüenza y mi desesperanza.
“No sé por qué escondido prejuicio de género (prejuicio ‘a favor’, sí), me fue tan difícil aceptar que los mil pares de zapatos de Imelda Marcos fuesen mucho más que un símbolo de los infinitos lujos resultantes de la extorsión al pueblo filipino, en que se afanó su marido, el nefasto Ferdinand Marcos.
El mundo conocía cómo había perjudicado a su patria y dilapidado millones de dólares en provecho personal y familiar; Filipinas, sacrificada a intereses foráneos, le sirvió para mantener el poder de fantasía de todo dictador, servirse solo a sí mismo, autoglorificarse. Más de dos décadas dictatoriales se regodeó y acumuló 35 mil millones de dólares; Imelda era para mí una especie de víctima, desnuda de significado humano, pero figura de lujo que exhibía las excrecencias de esa suprema dilapidación y, borrada ante la ambición de su marido, recogía las migajas de la mesa del poder. Pero la historia demostró que su papel fue audaz, activo, protagónico: que la pareja era una asociación de delincuentes, cuyo poder se acrecentó con la malversación de fondos públicos que hizo ese régimen autocrático, demagógico, populista.
Ya no más opacidad; ya no más imaginar a esposas de francias, duvalieres, somozas, ortegas, maduros, como gozosos apéndices del engañoso placer brindado por el cónyuge; muñecas sin preguntas, cubiertas de luces, perfumes y joyas inocentes, de ojos iluminados por las furtivas alegrías del poder, formas frágiles que preservan en paz la propia inconsciencia. Imposible, a esta luz opaca, mirar a la señora K.: hoy las veo a todas con las manos en la masa, y nunca más ejerceré sobre ellas esa forma misericordiosa de imaginación que un día me hizo considerarlas víctimas.
La señora K vino, ¿está aquí todavía? Ni ojos frescos, ni mirada ingenua: la torpeza arcana de la corrupción en su rostro pintarrajeado; rica de capitales robados a ese 32 por ciento de pobres de su patria con insondables maneras de usufructo exprofeso, es condecorada entre nosotros por voluntad de damas dueñas del mundo con sus cuatro ideas estereotipadas, escribidores ad hoc para discursos ‘femeninos’, ‘telepronters’ y blusitas bordadas de uniforme. La sensibilidad ante el dolor de los demás; la caridad ‘instintiva’, la intuitiva generosidad mujeriles se resquebrajan en el relumbrón de lata de la sumisión que condecora la podredumbre, en simbólica farsa. Sus fulgores, deo gracias, y los de K., pronto se extinguirán en el olvido, como las nubes de antaño.
Cierro estas palabras, triste casi hasta el llanto, por el no a la paz en Colombia ¿Se puede, en el mundo, hoy, estar satisfechos ante esta respuesta, y ante tanta abstención? Sí, se puede: el egoísmo, la vanidad estúpida nutren la siniestra alegría que exhiben los pequeños… Ya respondió Hawking, cuando le preguntaron si se encontraría inteligencia en otros mundos: “Primero habrá que encontrar vida inteligente en la Tierra”.