Retumbando se derrumba el populismo y concluye así una era de gobiernos de izquierda que llegaron al poder por la vía democrática después de varios intentos por otras vías. La primera curiosidad que surge al terminar la década perdida es una explicación de la aparición simultánea del populismo en tantos países. Las respuestas son variadas y entre ellas bien puede estar la que dio Friedrich von Hayek acerca de la naturaleza de los políticos; ellos no son líderes, dijo, son seguidores de las ideas que están de moda.
“Sic transit gloria mundi”, podrían decir el presidente Rafael Correa y la revolución ciudadana que imaginaban gloria perdurable. La frase latina se utilizaba en la coronación de los Papas para recordarles que la gloria es efímera.
La revolución que languidece a pesar de los afanes por mantenerse, utilizando la concentración de poderes y la publicidad; se limita a durar gastando los recursos que pertenecen a los gobiernos del futuro. Las leyes que aprueba dicen motivaciones que no corresponden a los textos del articulado y esconden motivos políticos, intereses electorales.
Resultó escalofriante el discurso de un asambleísta que fue de las filas del gobierno denunciando que los incentivos tributarios concedidos a los transportistas no es sino el afán de asegurarse el apoyo de este sector “con altísima capacidad de chantaje y extorsión política” y su contribución en la logística de campaña electoral.
El Presidente se desgasta en una pugna estéril con los militares y desata suspicacias truculentas porque no resultan convincentes las motivaciones declaradas.
Mientras tanto el silencioso candidato oficial designado guarda silencio y no hablará hasta encontrar una justificación convincente para el costo de su permanencia en Ginebra a cargo de los contribuyentes.
El presidente Rafael Correa aparece en el club de los gobernantes fallidos en la carátula del último libro escrito por Axel Kaiser y Gloria Álvarez con el título de “El engaño populista”.
Los autores explican las claves de la mentalidad populista que se ajustan milimétricamente a lo que hemos visto, vivido y sufrido. En primer lugar el desprecio por la libertad individual y la idolatría por el Estado; el complejo de víctima que ha permitido que diez años de errores sean atribuidos al pasado o al imperio; el invento de enemigos imaginarios y el neoliberalismo culpables de todos los males; la concentración de poder enmascarada en apariencia democrática; la obsesión igualitaria en nombre de la cual se incrementa el poder del Estado y se distribuyen favores a nuevas camadas de beneficiarios de la corrupción y la impunidad.
De esta triste década, caracterizada por los errores señalados, estamos saliendo, pero no está claro todavía si los políticos serán líderes capaces de mostrar caminos nuevos o serán solo seguidores de las ideas que están de moda.