En mis tiempos, aparte de los heraldos de los cuentos, que no salían de los libros infantiles, solo había el Heraldo de Ambato, calidad de periódico. Además, los aficionados a la poesía hablaban de los heraldos negros del poeta peruano Vallejo (que no tiene nada que ver con el ‘Negro’ Vallejo, que no es poeta ni peruano, sino multimedia, es decir, media de todo Gobierno). En mis tiempos, los que se ponían botas de arriero y armados con banderas rojas, se llamaban Tradición, Familia y Propiedad (TFP), hacían campaña a favor de los socialcristianos, y la Iglesia Católica no los quería.
En estos tiempos revolucionarios del siglo XXI, esos mismos devotos de botas se llaman heraldos, ya se reconciliaron con la Iglesia y hasta tienen mujeres en sus filas. Pero como son los mismos de antes, aunque yo no sea devoto de Correa, jamás sería devoto de estos dinosaurios.
Marx (no el del SRI) decía que la religión es el opio de los pueblos. Los imperialistas de hace 100 años creían que el opio es la religión de los chinos. El uno y los otros estaban equivocados (y vosotros también).
Porque el verdadero Evangelio siguen proclamando esos cristianos que no necesitan vicariatos ni comisariatos. Un joven predicador, armado con su Biblia, increpó al canciller Patiño, a propósito de la posición ecuatoriana ante Gadafi: “Al que dijere al malo: justo eres, los pueblos lo maldecirán y le detestarán las naciones” (Proverbios 24:24).