Mientras Venezuela se hunde, Nicolás Maduro no para de hablar.Parece una terapia para superar sus temores internos y frustraciones de quien no puede desprenderse, como si de un cordón umbilical se tratase, de la figura de Hugo Chávez.
Por momentos parece que se quiere aferrar al poder eternamente. En otras ocasiones su actitud provocadora muestra la inocultable ansiedad por zafarse del pesado bulto que el líder bolivariano le heredó. Una maldición que pesa sobre sus espaldas y un castigo para una mayoría de venezolanos. Claro, no faltan millones que un le rinden tributo y lo mitifican, pero la realidad choca con el delirio y lo evapora.Esta vez caza pelea con el presidente del Gobierno español. La verdad es que Mariano Rajoy no ha dejado de criticar a Maduro y pedirmás democracia, libertad de expresión y la liberación de los presos políticos, simbolizados en la imagen de Leopoldo López.
Es verdad, también, que Rajoy es afectado severamente por un escándalo de corrupción que ha provocado un desajuste político de tal magnitud en España que ha roto la costumbre del bipartidismo del Partido Popular y el PSOE ( socialista )y ha creado dos fuerzas nuevas: Ciudadanos (centro derecha) y Podemos ( izquierda populista). Esta última todavía no explica con claridad el origen de los fondos extranjeros para financiar la actividad política en un claro ejemplo de irrupción en la soberanía española. Bueno, pues esta semana Maduro arremete contra Rajoy, le llama corrupto y basura. El lenguaje diplomático no lo asimiló cuando estuvo al frente de la Cancillería chavista.
La reacción hispana no tardó. Intolerable, dijo la ministra Soraya Sáenz de Santamaría. España llamó al embajador a consultas.
Escarbar en la intimidad de los problemas ajenos y dictar normas en donde no les incumbe parece ser la tentación de los regímenes autoritarios y populistas, mientras son impotentes de tapar que casa dentro se han encargado de crear.