En las siete comunas tsáchilas, los nativos se pintan líneas para rescatar sus costumbres ancestrales. Foto: Juan Carlos Pérez/EL COMERCIO
Las figuras en el cuerpo de los tsáchilas son el símbolo de su historia y cosmovisión, que data de hace más de 1 000 años.
Henry Calazacón asegura que cada línea representa un hecho, que ayudó para que la nacionalidad se conserve. Una de estas fue la epidemia de la viruela.
Según él, hace 450 años se propagó en la tribu. Los curanderos (‘ponés’, en tsa’fiki) hicieron infusiones con hierbas, pero la fiebre no desaparecía. Por ello decidieron consultar a los espíritus de la naturaleza. Estos los guiaron hasta los árboles de achiote. “Nuestros antepasados se colocaron en todo el cuerpo y así se curaron”, afirmó Calazacón.
Desde entonces, como un símbolo de vida se pintan la cabeza con achiote y el rostro con puntos negros como un homenaje a los más de 6 000 aborígenes que fallecieron por esta epidemia.
Las líneas negras en el cuerpo son horizontales para simbolizar la lucha tsáchila de perpetuar la etnia, que en la actualidad tiene 2 500 integrantes que viven en siete comunas en Santo Domingo.
Para el exgobernador tsáchila Héctor Aguavil, en el cuerpo solo se colocan líneas gruesas como un amuleto de protección. Mientras que en la cara se utilizan diferentes dibujos, con un significado especial para la etnia o la familia de esa persona.
Uno de estas son rayas en forma de zig zag. Simbolizan las montañas que los tsáchilas vieron cuando llegaron desde la zona de Colombia.
En el documental Miya, Budy Calazacón asegura que los tsáchilas son originarios de Centroamérica, debido a las semejanzas físicas que tienen con los pueblos indígenas taínos, procedentes de las Bahamas y las Antillas.
Según el historiador Roberto Andrade no hay datos históricos que los relacionen. En los libros se empezó a hablar de los tsáchilas a partir de la Real Academia de Quito, en 1563. “Son mitos o leyendas que no tienen un sustento histórico, pero que no se han investigado a profundidad”, señaló.
Calazacón relata que los primeros asentamientos en Ecuador fueron cerca de los ríos Cocaniguas, Bolaniguas y Mindo, en el noroccidente de Ecuador. “Nuestros antepasados pensaban radicarse en el noroccidente, pero la viruela y la fiebre amarilla los hizo migrar hasta Santo Domingo”, relata Calazacón.
Para dibujar las líneas en el cuerpo, los tsáchilas obtienen un pigmento especial de un fruto silvestre llamado malí. Para elaborar la pintura, el chamán tsáchila debe introducirse al bosque nativo y encontrar varios frutos maduros. La búsqueda puede tardar hasta tres horas, afirma Calazacón. Luego se debe rallar el malí con unas piedras especiales.
Agustín Calazacón indica que el extracto de la pintura se debe colocar en la misma cáscara de la semilla, para finalmente pintar las rayas en el cuerpo de la persona.
La pintura dura en la piel por aproximadamente 15 días. Eso depende de las energías positivas que tenga la persona en su cuerpo. El color varía entre negro y negro azulado.
Para los tsáchilas, las líneas en su cuerpo además de ser un símbolo histórico también sirven para alejar las malas vibras, que hay en los lugares donde viven personas con malas energías o que están enfermas.
Por ello, los chamanes son las que más las utilizan cuando realizan los rituales de sanación. Esta planta fue descubierta hace unos 300 años, según Aguavil.
Los niños de los chamanes que se preparan para ser vegetalistas deben reconocerla en la profundidad del bosque tsáchila. “Son algunas pruebas para ser chamán. Si la encuentra quiere decir que ese hombre está destinado para entender el pasado tsáchila y perpetuar las costumbres a través de la medicina ancestral”.