Una de las expectativas de la visita del Papa a Cuba, es sobre su aporte a la normalización de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Foto: EFE
Es el tercer Papa que visita Cuba, pero Francisco será el primero que verá una bandera de Estados Unidos ondeando en la flamante embajada norteamericana de La Habana tras el restablecimiento de relaciones entre dos países que estuvieron enemistados más de cinco décadas.
Nueve meses después de que los presidentes Barack Obama y Raúl Castro sorprendieran al mundo con el anuncio del histórico deshielo y pasados sólo dos meses del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana, el Papa viaja a ambos países en una visita de gran simbolismo por su papel en ese proceso.
“¿Qué puedo hacer con estos dos que desde hace más de 50 años que están así?”: esa fue la pregunta que Francisco se hizo en enero de 2014, según desveló a periodistas el pasado julio cuando regresaba de su viaje por Bolivia, Ecuador y Paraguay, aunque matizó que su rol no tuvo un carácter mediador y que el mérito fue de la “buena voluntad” de ambos países.
Sea como sea, este viaje papal, además de su dimensión pastoral, parece también encaminado a confirmar su apoyo a la distensión de Cuba y EE.UU., que la semana pasada celebraron su primera comisión bilateral y acordaron una agenda de trabajo para comenzar la senda de la normalización de su vínculos.
Un camino nada fácil donde el principal escollo es el embargo económico y comercial contra la isla, una política que los dos predecesores de Jorge Bergoglio condenaron durante sus visitas a la isla (Juan Pablo II en 1998 y Benedicto XVI en 2012) y es de esperar que el actual Pontífice también lo haga.
La Cuba que encontrará Francisco es un país cuya revolución va camino de cumplir 57 años, que se mantiene comunista y donde un Castro, Raúl, está en el poder, pero que parece ver cumplida, al menos en parte, la famosa frase de Juan Pablo II: “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”.
Cuba ha vivido en los últimos años una progresiva mejora de sus relaciones internacionales, primero con la reinserción continental que culminó en su inédita presencia en la Cumbre de las Américas del pasado abril en Panamá, escenario de la primera reunión entre Raúl Castro y Barack Obama.
La isla también está negociando con la Unión Europea (UE) un acuerdo de diálogo político y cooperación que permita superar la restrictiva “posición común” que Bruselas aplica a La Habana desde 1996 y que ha condicionado las relaciones a avances democráticos en el país.
Otro hito es el papel de Cuba como garante y sede del proceso de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC que intenta, desde finales de 2012, poner fin al enfrentamiento armado más antiguo de América Latina.
La nueva era con EE.UU. ha puesto a Cuba “de moda” como reflejan las continuas visitas de mandatarios y personalidades a la isla: el propio secretario de Estado, John Kerry, para abrir formalmente la embajada de su país; el presidente de Francia, François Hollande, o los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y Japón, son solo algunos ejemplos.
El interés internacional por Cuba tiene que ver también con las reformas económicas y sociales emprendidas en el último lustro para “actualizar” su socialismo y que han supuesto una controlada apertura a la iniciativa privada, la flexibilización migratoria y nuevas reglas de juego para inversores extranjeros.