En la actualidad, una carretera en excelente estado, con varios carriles por lado y una calzada impecable, es el escenario perfecto para cometer la que probablemente es la más usual de las infracciones de tránsito: el exceso de velocidad. Es que al ponerse al volante de un vehículo moderno (no necesariamente nuevo) es muy fácil superar la barrera de los 90 kilómetros por hora en vías periféricas, o los 100 km/h en carreteras, prácticamente sin percatarse de aquello.
Todos los días sucede que muchos conductores, sin la intención de hacerlo, violan la Ley de Tránsito al circular, a veces durante lapsos muy breves, a una velocidad ligeramente superior a la permitida en una determinada vía, por no percatarse de lo que en ese instante marca la aguja del velocímetro.
Si la suerte no los acompaña, un radar fijo o móvil registra el hecho y provee la evidencia necesaria para aplicar al conductor una multa considerable y una reducción en los puntos de su licencia.
Esta realidad obliga a los automovilistas a cambiar sus hábitos de conducción, especialmente en vías de circulación más fluida. Los controles, al parecer, ocupan cada vez más espacios y la aplicación de la Ley es más rigurosa.