Ya va siendo hora de que la propaganda ceda el paso a la inexorable realidad. Nueve años es mucho tiempo.
El Ecuador, su Régimen y su gente deben mirarse al espejo sin veladuras.
Los años felices de las vacas gordas y las mentes soñadoras, los corazones al borde del síncope y las manos llenas, aterricen a la realidad de un país que quisieron imaginar como una quimera de fantasía.
Tejieron la trama del discurso de la revolución, mientras promovieron una economía de consumo, donde una clase media emergente, con oxígeno que provenía de un aparato estatal creciente y generoso, sostenía el supuesto cambio de época.
Sustentaron la tesis de superar el pasado de influencias en la justicia y la ‘partidocracia’ con prácticas cuestionables, para sustituir a esos muchos partidos que pugnaron por el poder por uno solo y con el trágico mal de una visión vertical inoculada solo en función del voluntarismo respecto de un líder que siempre tenía la razón.
Lo mismo para apoyar con todo el petróleo bajo tierra en Yasuní, que para extraerlo rompiendo el alma del discurso ambientalista que sembró ilusión, esperanzas y, claro, miles de apoyos de quienes fueron cautivados.
La historia es larga y el despiece y desgrane de la base política del inicio se esfumó hace rato. De la izquierda quedan algunos grupos minoritarios y los sindicalistas que, desde el poder, hicieron una facción sindical con sueños de central rompiendo la unidad histórica que todavía se sostiene.
El socialismo está fraccionado pero conserva dirigentes fieles y representativos, casi todos hoy críticos del estado de cosas. La facción socialdemócrata que apoyó al Gobierno se fue del poder, con un nuevo partido bajo el brazo, y algunos ministros y embajadores siguen a título personal.
Los sectores empresariales que lograron jugosas ganancias todos estos años saben que el ‘proyecto’ hizo cambios, pero pocos creen, en su íntimo fuero, que lo que aquí ocurrió es una ‘revolución’.
Cuando la bonanza, la obra pública creció, generosa, lo mismo que el aparato estatal, la burocracia y el Presupuesto del Estado.
La relación del sector estatal en la economía adquirió su peso específico y empezó a acomplejar a un sector privado que, pese al empeño, se veía desmejorar.
Hoy los números cambian y reflejan la otra cara de la moneda, aquella que siempre está en el lado oscuro de la Luna y que empezamos a mirar de modo descarnado.
Hoy el precio del petróleo, una parte de nuestro sostén, rodó escaleras abajo y desbarató el discurso de la buena salud de las finanzas. El Presupuesto tuvo que ser recortado hasta dos veces (USD 1 400 millones y USD 800) y ya se habla de una cifra más modesta, acotada para 2016 (USD 30 000 millones).
La inversión sufrirá estragos. Y el ajuste debiera venir con un recorte de tanto ministerio. Es tiempo de afinar el gasto y acabar el dispendio. Además, hay que pensar en los imponderables que desde las entrañas de la tierra y del mar nos alertan ya de la urgencia de austeridad y ponderación.