Luces, guirnaldas y árboles de Navidad decoran los pasillos que conducen a las celdas. Los pisos y los pesebres están encendidos incluso durante el día. Ese escenario de fiesta contrasta con la mirada de impotencia de Erwin. “Nada es igual que estar junto a la familia, a los hijos, a poder recibir amor, una caricia, un abrazo”, dice.
Él es miembro del Comité de Internos en la Cárcel 1 de Quito (penal García Moreno) y este 2012 lo recibirá sin dos de sus tres hijos. El cirujano recibió hace tres años una condena de 12 por tenencia de drogas. La Fiscal -relata- no creyó que extorsionaban a mi familia. “Tengo hijos que se fueron a EE.UU., por seguridad”.
Él es galeno y denuncia que pese a presentar pruebas de su inocencia, su caso no ha sido revisado. “La justicia es lenta”. Erwin cura a los prisioneros cuando el médico no está. En su celda tiene un botiquín, con “más medicinas que la propia farmacia del penal”, bromea Marlon (nombre protegido), un fornido afroecuatoriano.
Erwin es representante (antes caporales) de uno de los cuatro pabellones. “Por buena conducta nos escogen, no vaya a pensar que es porque somos los más malos”, advierte Fabián, del pabellón B, sentenciado a 16 años por asesinato. Apenas lleva uno y defiende los derechos de sus compañeros: algunos necesitan evaluaciones psicológicas para salir. Asegura que lo más duro es estar sin sus dos hijos para recibir el año.
Este 31 de diciembre tenían previsto bailar cumbia y vallenato en los patios del panóptico. Grupos musicales fueron contratados por el Director de la cárcel para “alegrar” el día de visitas, de 08:00 a 17:00. En la noche tenían previsto comer pollo ahumado y quemar los años viejos hechos con aserrín por los prisioneros. No estarán con sus familias.
La del 31 de diciembre es la única noche de celdas abiertas hasta las 00:30. La hora de confinamiento regular es las 21:00.
“Tenemos que recibir a nuestros niños por estas fechas con entusiasmo”, cuenta un detenido que lleva allí tres años por tráfico de drogas y destaca que las paredes fueron pintadas con ese fin.
Los Pitufos, las princesas de Disney, Dora la exploradora, etc., decorarán las paredes de los patios. Se colocaron columpios y resbaladeras. “Ellos (los niños) no tienen por qué mirar un sitio tan deprimente. Si podemos les pintamos una fantasía”, dice Raúl, del Pabellón A, identificado como el de máxima seguridad del penal.
Él ha pedido el traslado voluntario a Manabí para estar cerca de su familia. “Mis intentos no han tenido resultados”.
Sobre estos problemas, Fausto Velásquez, director del Centro de Rehabilitación No. 1 de Varones, dice que es competencia del Ministerio de Justicia solucionarlos. Para él, las visitas aumentan en estas fechas para los 1 020 internos. “Al menos en esta época se trata de que tengan mayor acercamiento entre ellos y con sus familias, no es fácil estar en este lugar siendo o no inocente”, refiere. S
Para estas fiestas organizaron juegos de parqués y billar. En Navidad elaboraron fundas de caramelos con dulces donados por empresas. “Se tiene que hacer algo para no sentirse vacío”, relata Carlos, ‘Moralito’ del pabellón C, quien da mantenimiento a las celdas de 3 metros cuadrados.
“Un error puede costar cosas que no tienen precio”, expresa, en alusión a su caso. Fue condenado por violación, Carlos lleva 3 de 14 años en prisión. “En estas fechas extraño a mi abuela, fue como mi madre. No pude estar en su entierro”, relata y se quiebra.
El Comité de Internos dice que aún se debe trabajar en el tratamiento de penas, la reubicación voluntaria a prisiones de otras ciudades. “Nos consideran lo peor. ¿Quién puede rehabilitarse así?”. En celdas, con capacidad para tres internos, viven hasta ocho. En las habitaciones hay un lavadero, un inodoro y una mesa de cemento, para una cocineta.
Algunos internos tienen televisor. ‘Apichi’ espera que su familia llegue desde Chone. De lo contrario, “el 1 de enero veremos qué pasan en la TV, para olvidar donde estamos, todo depende de uno”, dice el polilla e improvisa una mesa en el piso, para comer una tarrina de arroz con bistec.