Distintas interpretaciones habrá de todo lo dicho por el papa Francisco en su visita al Ecuador. Cada uno, desde su perspectiva y su interés, sostendrá que lo expresado por el Pontífice es la confirmación de sus creencias y sus acciones. Y a muchos gustará y a otros no lo que dijo. Lo cierto es que el Papa dijo muchas cosas importantes que deberían tomarse en cuenta por todos. Las mismas cosas, vistas con una óptica interesada y no amplia, pueden tener significados diferentes y hasta diametralmente opuestos. Y esa es una manera maniquea de utilizar mensajes que por su profundidad e intención merecen otro trato, que no el de llevar el agua al propio molino, porque así se desperdicia la validez del llamado y la oportunidad de aprovecharlo lealmente.
“La misión de los estudiantes no es simplemente graduarse sino comprometerse”, dijo en la Universidad Católica. “La educación es un privilegio que obliga a asumir responsabilidades trascendentes”. Volvió sobre el medioambiente insistiendo en que hay que cuidar la Tierra y no solo explotarla. “La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan solo por el rédito económico y otros se obsesionan solo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios….”.
“Cuántos ancianos se siente negados en sus familias y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos y de su nietos”. Es una obligación preocuparse por su situación, a tiempo, y garantizarles, social y financieramente, una jubilación adecuada. Bendijo “al noble pueblo ecuatoriano para que no haya diferencias, que no haya exclusivos, que no haya gente que se descarte. Que todos sean hermanos, que se incluya a todos”.
Y también: “La historia nos cuenta que el grito de Libertad de hace 200 años fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos –excluyentes-…”. “La unión que pide Jesús no es uniformidad, sino la multiforme armonía que atrae, la inmensa riqueza de lo variado, de lo múltiple que alcanza la unidad”. “Es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica…”, dijo. “Tampoco la propuesta de Jesús es un arreglo a nuestra medida, en la que nosotros ponemos las condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás. Evangelizar no es hacer proselitismo. Es acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros”.
Y repitió, con humildad, “que no se olviden de rezar por mí”.
Qué bien haría escuchar al papa Francisco, honestamente, sin prejuicios y sin intereses circunstanciales.
Columnista invitado.