Esta semana ha sido de aquellas especialmente tensas. Venezuela sigue sufriendo por la represión y la inoperancia del gobierno de Maduro. Un dirigente opositor se ahorcó en su celda cuando le comunicaron que le trasladarían a una cárcel común.
El discurso se exaspera y se sale de todo cauce racional, con las declaraciones del embajador de Venezuela ante la OEA al insinuar que las balas atraviesan rápido el cerebro hueco de los opositores. Maduro llama a un diálogo con EE.UU. cuando primero fustigó a Obama. El Gobierno venezolano reclamó entonces respeto a la soberanía.
Lejos, en Europa, los eurodiputados de Podemos y de Izquierda Unida votan contra la condena a la represión y la violación de DD.HH. en Venezuela. Ellos, como varios gobiernos de la región, prefieren la solidaridad con el Gobierno autoritario que con la población.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, votó en esa línea. Él, que subió en las encuestas como la espuma y ahora baja, pretende ser la alternativa ‘outsider’ de España en crisis. Los partidos del poder, PP y PSOE están desgastados tanto en su acción al frente del Gobierno cuanto en la oposición. Alguien pensaría que son del espejo de la ‘partidocracia’ de estas tierras.
Pero el caso es que Podemos se acerca más a los gobiernos populistas. Todavía no explican con claridad si prestaron asesoría a precios altísimos a los gobiernos de esta región en temas como la creación de una moneda única o tienen algo que ver con las constituciones supuestamente garantistas que promovieron. Entonces no importaba tanto la bandera de la soberanía.
Podemos tiene mucho que explicar antes de ganar la elección para derrotar al establecimiento que ha gobernado España después del Pacto de la Moncloa, debe imaginar una salida a la crisis, sus respuestas son esquivas y nada claras. Por ahora solo exhibe imágenes en el cambio de guardia en la Plaza Grande en Quito y su admiración por los populismos que, por aquí, hacen agua.