El Megastar, Little Schmidt, Terror Stain, Agustín Cienfuegos y Gladiador. Foto: Pavel Calahorrano / El Comercio
Un terno clásico impecable, camisa de cuello y calzado de cuero. Esa es su indumentaria mientras cumple su jornada laboral en una empresa privada.
Pero al pisar el cuadrilátero, Sebastián exterioriza y da vida a otro personaje: El Megastar. Al igual que el clásico literario de Robert Louis Stevenson, en el que el doctor Henry Jekyll tiene otra identidad y actúa como el misántropo Edward Hyde, El Megastar es una suerte de álter ego que le permite a Sebastián materializar su pasión por la lucha libre.
Su travesía sobre el ‘ring’ se inició en la infancia, cuando observó por primera vez el programa argentino ‘Titanes en el ring’, producido en la década de los setenta.
Desde entonces, ese magnetismo alimentado por golpes, patadas voladoras y palancas ha sido el principal motor en su vida. Desde hace ocho años, El Megastar forma parte de Wrestling Alliance Revolution (WAR), una empresa que organiza espectáculos de lucha libre y además cuenta con una escuela para formar a nuevos peleadores. “Este siempre fue mi sueño”, confesó, mientras se colocaba una rodillera para tratar de aliviar el dolor de una lesión que sufrió.
Al igual que El Megastar, los aficionados a la lucha libre en la ciudad combinan sus entrenamientos con actividades laborales y de estudio. Por lo general, el gusto por esta actividad se inicia con la colección de videos y objetos relacionados a las grandes estrellas de la lucha libre mundial, en especial de la WWE, que actualmente se transmite por señal abierta y en televisión por cable.
Fue justamente así como germinó la pasión de Santiago G., que desde hace cuatro años personifica al Gladiador.
Una máscara con un diseño similar a las utilizadas por los peleadores mexicanos oculta la verdadera identidad de Santiago.
Este fornido guerrero, que en el 2002 recibió un reconocimiento provincial de fisicoculturismo, administra un conocido hotel del Centro Histórico orientado a turistas que viajan vía terrestre. A sus 36 años, dice sin temor a equivocarse que su pequeña hija es su mayor admiradora. “Ella no se pierde ninguna pelea”.
Sebastián y Santiago (que ocultan sus apellidos para mantener ese misticismo del luchador, tal como lo hicieron sus referentes) saben que la lucha libre en el país aún no es una actividad rentable. Con nostalgia, recordaron la época en la que los combates del Cachascán llenaban el coliseo Julio César Hidalgo. Aun así, su pasión por la actividad y la esperanza de poder dar el salto al extranjero los motiva para seguir en el cuadrilátero.
Agustín Cienfuegos, de 22 años, ostenta el título en parejas de WAR. Con firmeza dijo que su estilo de vida gira en torno al entrenamiento físico y al perfeccionamiento de sus movimientos sobre el ‘ring’. “Todos los días me esfuerzo para ser mejor”. Este joven pelador, que estudia Geografía y Gestión Ambiental, asegura que el dolor y los golpes a los que se exponen son totalmente reales. “La práctica constante hace que los luchadores sepamos cómo aguantar las caídas”.
Su mayor influencia viene del estilo mexicano, caracterizado por las maniobras aéreas.
Quienes aman la lucha expresan su pasión de distintas formas. Algunos, practican la actividad. Otros, almacenan ‘souvenirs’ de las grandes estrellas o comparten noticias relacionadas al deporte a través de la Internet. Pero a todos los une un lazo en común: el deseo de alcanzar la gloria luego del conteo del árbitro.